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Una nevada durante el Estado del bienestar

Varios cientos de personas lo han pasado verdaderamente mal durante estas últimas nevadas en nuestro pequeño país, la Comunidad Valenciana. Muchos han despotricado contra el Gobierno siguiendo la máxima italiana: «Piove?, porco Governo!». Un amigo, natural de Dénia, me envía una imagen, un montaje meme -da lo mismo-, de un pobre quitanieves: un desvencijado seat 127 -con motor trasero- al que le han quitado el morro para ponerle una pala. Da risa, pero nos vale la metáfora, porque a saber cómo se han apañado para volver a la normalidad en la capital de la Marina o en su vecina Xàbia, en Gata o en ¡Benidorm!, la metrópoli europea del turismo.

Los Gobiernos estaban en Madrid, atrapados entre el frenesí de Fitur y las nevadas, incomunicados con el pequeño país, sin autovía ni AVE mientras los ciudadanos despotricaban. A pesar de las noticias sobre la llegada de la ola de frío siberiano, unos miles de personas se tiraron con sus coches, que lo pueden todo, Portillo de Buñol arriba hasta que les pilló la nevada y pasaron la noche en el interior de su automóvil que todo lo puede consumiendo batería para caldear el habitáculo. Pero ¿por qué no les avisaron?, ¿por qué el Gobierno no les rescata y les lleva comida y mantas, y un chupito si se tercia? Algunos necesitarán también un documento acreditativo para que se les compense la jornada laboral, con cargo a la Seguridad Social.

Llevamos años discutiendo planes contra las lluvias torrenciales porque de eso tenemos cumplida y trágica experiencia. Allí donde hay un valenciano hay alguien que sabe temerle a las tormentas, alejarse de los árboles y las riberas de las torrenteras y barrancos. Somos los holandeses del Mediterráneo y tenemos experiencia con las alertas metereológicas. Pero la nieve es otro tema por más que se haya puesto de moda acudir a la Virgen de la Vega. Ni los valencianos ni los gobiernos sabemos de nevadas. Al menos, veinticuatro horas después de las quejas hay una movilización general y el ministro de Fomento ha pedido perdón. En esta legislatura punitiva, todas las semanas alguien pide perdón siguiendo el ejemplo del Rey emérito tras su intrépida cacería en África.

Un día después de las primeras nevadas, y en vista de que el temporal no remitía sino todo lo contrario, hasta la televisión española empezó a movilizar corresponsales y becarios para lo que era el acontecimiento del siglo en la costa levantina. «Hemos venido a Madrid para vender sol y nos ha nevado», decía el presidente Puig en los desayunos del salmantino Sergio Martín en RTVE. A pesar de lo cual, uno echa de menos Canal 9 y no porque entre los tertulianos habituales sean invisibles los parlanchines periféricos a excepción de Enric Juliana. Uno se acuerda de Canal 9 cuando truena, o cuando nieva. En los Estados Unidos hay docenas de canales dedicados al tiempo metereológico.

Ninguna de las televisiones privadas que operan en territorio valenciano tiene músculo suficiente para cubrir como se necesita un operativo informativo frente a una situación de peligro o catástrofe. Una televisión pública, capaz de informar casi en tiempo real como nos ha acostumbrado la CNN cada vez que pasa algo gordo en el mundo, una televisión intrépida, colaborativa, es capaz de salvar vidas, de generar calma o de activar dispositivos de protección y hasta de huida. Los psicólogos corroboran que lo peor en una situación de peligro, en un atasco o ante las fuerzas desatadas de la naturaleza es la falta de información.

Para todo lo demás, lamento discrepar de tantos de mis colegas de profesión, no quiero Canal 9 para nada, ni falta que hace. No creo en la información política fomentada por el sector público ni siquiera por la corporación de periodistas libres. Frente a los educadores catódicos, postulo el regreso a la cultura del papel y el libro. La llamada televisión de cercanía está bien en manos privadas y al sector público lo que le cabría es fomentar estímulos para que esas televisiones cubran informaciones de interés general y se ocupen de usar el valenciano y programar espacios de cultura y documentales minoritarios. El ocio y el entretenimiento no se deberían sufragar con los impuestos de todos.

Impuestos que, al parecer, en nuestro Estado del Bienestar dan para todo. Aunque casi nunca sea así. Nadie podía imaginar que en Requena y Utiel más de 30.000 hogares iban a quedarse sin agua y sin luz. Era el momento de evaluar hasta dónde ha de prever el Gobierno, los Gobiernos, cuánta seguridad y cuánta respuesta se puede dar ante la adversidad social. En un momento así, los servidores públicos han dado la cara -y pedido perdón-, pero algunas iniciativas privadas se han ganado el encomio de los valencianos. Ya pasó en la pantanada del 82 con la movilización de los farmacéuticos valencianos llevando medicinas a las zonas anegadas, y ahora ha ocurrido con Mercadona que, nunca mejor dicho, contra viento y marea ha abierto sus puertas sin cajeros para que en Requena la vida pueda seguir teniendo bienestar.

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