Se tiene la sensación, tras la reunión de los presidentes de las autonomías con Rajoy, que a los llamados barones, quizás les ha sorprendido la situación de las cuentas que les ha presentado el ínclito ministro de Hacienda, Montoro.

Es muy posible que si esta reunión se hubiera celebrado mucho antes, tanto el mejor conocimiento recíproco de la realidad de las cuentas de las autonomías, y sobre todo de las del Estado, hubiera permitido a ambas partes llegar a soluciones eficaces y equitativas en lugar del habitual rifirrafe al que tienen acostumbrados a los ciudadanos. En realidad, éstos no acaban de entender cómo tratándose de instituciones públicas que sólo deben buscar el interés general o el bien común de la ciudadanía, se dedican tan reiterativa e incluso enconadamente al deporte del reproche político sistemático, en ocasiones rayano en el ridículo cuando no en el cansino tópico de la crítica al político contrario por el simple hecho de ser del partido opuesto. Es un hecho pacífico que cuando el gobierno autonómico y el gobierno central son del mismo partido, la crítica no existe o es tan matizada que ni siquiera se nota. ¿Por qué será?

Así, pues, es lógico pensar que la información veraz de las cuentas públicas, hará que todos; gobierno central y periféricos, se percaten a fondo de la cera que existe para mantener y en su caso potenciar la hoguera del gasto que haga posible un eficiente funcionamiento de las diferentes administraciones, de todas las administraciones sin exclusión. Y esto permitirá centrarse en la búsqueda de una fórmula tal que permita un desarrollo armónico y sin las acentuadas diferencias que ya se vienen observando en el conjunto del país, con grave perjuicio para principios constitucionales tan básicos e irrenunciables como la solidaridad y la igualdad, columnas esenciales del progreso y de la paz entre todos los españoles, piensen lo que piensen y residan donde residan. Para lograrlo, se hace ineludible superar con flexibilidad, persuasión y la necesaria energía democrática, el irreconciliable y esperpéntico independentismo. ¡Y no hay tiempo que perder!