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Al desnudo

Me perdí el estreno del programa «Desnúdame» y, tras ver la segunda entrega, he decidido perderme todos los que vengan en adelante. Es temporada de citas en televisión, son la tendencia de moda, y a ellas se dedica la propuesta del canal DKiss con voluntad de generar expectación y dar una provocadora vuelta de tuerca al encuentro entre dos desconocidos. No me parece bastante aliciente que, como punto de partida, dos desconocidos se desvistan uno al otro y se tumben en la cama en paños menores. A los encuentros de media hora les llaman experimentos, pero no hacen falta más pruebas sociológicas para demostrar que hay gente para todo y que el pudor es una virtud de otra época, sobre todo en pantalla. La intimidad se ha devaluado hasta convertirse un producto de consumo que muchos regalan alegremente en el gran escaparate de las redes sociales y, si se presenta la ocasión, ¿por qué no en televisión?

Si «Desnúdame» pretende ser transgresor, no lo ha conseguido. Después de «Adán y Eva» la frontera de la desnudez televisiva se ha traspasado ya en prime time hasta su último límite. Y al fin y al cabo estamos ante algo natural desde el Génesis, por mucha modernidad que imponga en escena una enorme pantalla orwelliana transmitiendo órdenes a los participantes. Lo que sí logra el programa en televisión es aquello que Adolfo Suárez hizo en la Transición política: elevar a la categoría de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. El casting trae hasta el plató a una joven youtuber, entrenadores personales, una señora nudista que muestra en fotos lo poco que tapaba en la tele o a un señor que, a base de abrazos, tiene una erección. La falta de ideas, también al desnudo.

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