De la afilada intrusión antártica de Sudamérica pasamos en el hemisferio boreal a una gran extensión de tierras árticas. Por encima del Circulo Glaciar Ártico, Norteamérica avanza prácticamente 150º de longitud, mientras que se estrecha hacia el trópico. Al norte de la frontera canadiense, apenas vamos a encontrar meses secos: las lluvias se dan en verano y durante la estabilidad invernal, las temperaturas negativas difícilmente pueden superar a la precipitación, por ridícula que sea. En la costa las constantes lluvias oceánicas alejan de la sequía al sector occidental de la Columbia Británica. La fachada este pertenece al dominio del clima chino, el cual tampoco conoce estación seca. Para encontrar un atisbo mensual de escasez hídrica, hemos de viajar hasta la costa sur de Tejas. Desde aquí se extiende una frontera en diagonal hasta el estado de Montana. Exactamente la misma diagonal que dibujan Las Rocosas. Al este, el ascenso de las masas de aire genera precipitación, pero al oeste, el territorio queda a sotavento de cualquier flujo húmedo. Aquí encontramos los desiertos norteamericanos: de norte a sur, la Gran Cuenca y Mojave; Sonora y Chihuahua, con su mayor extensión y aridez en México. Destaca lo abrupto del límite en el sur y cerca de los relieves que constituyen «castillos de agua», rodeados de aridez. En un breve recorrido, se pasa de la total abundancia a la más absoluta escasez. México ve aumentar su pluviometría con la inestabilidad estival y tan solo sectores meridionales y la Sierra Madre Occidental gozan de lluvias todo el año. California es fiel reflejo de los altibajos mediterráneos y el «apocalipsis climático» que la atenazaba quedó fulminado por las lluvias de este enero, con puntos que recogieron 4600 litros de agua en cinco días.