He llegado a la conclusión de que si quieres embroncarte con alguien es mejor que te busques enemigos o adversarios guapos, inteligentes y con sentido del humor (en el ámbito de la discusión: ironía). Si es así, pueden ocurrir dos cosas: que te convenzan y te diviertas o les convenzas y te diviertas. En cualquiera de los dos casos será divertido, aprenderás y afilarás la inteligencia. (Lo de la belleza es un plus, porque no se pega). Si, por el contrario, pierdes el tiempo discutiendo con un imbécil mortalmente serio, también pueden ocurrirte dos cosas: que te haga perder el tiempo, como ya dije, y te mate de aburrimiento o que te mate de aburrimiento y acabes tonto de solemnidad, porque la estupidez se contagia. Y esto, que les planteo como conclusión, es realmente un punto de partida, un postulado.

Hago este preámbulo porque desde que Trump llegó a presidente de lo suyo y de nadie más, sólo pienso estupideces, que me tienen sin franqueza preocupado: que todos los mexicanos abandonaban EE UU el mismo día y a la misma hora dando un portazo; que nadie nunca más se bebía una coca-cola; que ningún espectador acudía a las salas donde se proyectan películas norteamericanas; que nadie utilizaba el inglés y cerraba el monopolio lingüístico global de las academias; que quemaban los libros de Lucia Berlin, Ring Lardner o Elisabeth Strout; que la legionela invadía los McDonalds del mundo y que la Legión ahogaba eficazmente a los espías de la CIA para que cantaran el la, la, land. Llegados a este punto, me dije: «Martín estás imbécil», y me pasé a otras cosas mientras me servía dos dedos de irlandés (tras el brexit, sólo irlandés y cervezas Turia. Agua, la del grifo y vino, del terreno).

Muy en línea de los embroncamientos estériles aludidos, que no eludidos, aquí (pasando de la global estupidez a la local), nos tienes a todos, todos los días defendiendo lo evidente frente a los embates de lo recalcitrante. ¿Es razonable que una carretera que atraviesa un parque natural protegible se pacifique? Pues no: la quieren «transitable» y rapidito, rapidito que llegamos tarde. ¿Es razonable que un Estado aconfesional, laico, elimine los símbolos religiosos de los edificios públicos, que lo son de todos? Pues no: hay que mantener las inveteradas tradiciones confesionales para no «dividir» a los valencianos, como si no fuera evidente lo contrario, que es la presencia inadecuada de esos símbolos la que previamente nos divide. Yo qué sé. ¿Es razonable que una sociedad bilingüe, un país oficialmente bilingüe, requiera a sus funcionarios un conocimiento suficiente de las dos lenguas con las que deberían poder atender a los ciudadanos? Pues no: los requisitos lingüísticos son imposiciones intolerables.