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Los jubilados encendidos

Un jubilado ha sido detenido por quemar 16 contenedores cuando paseaba a su perro. Habría venido haciéndolo desde noviembre, no en una sola noche dado que los chuchos también tienen un límite y no suelen aguantar que se les dé la murga con un itinerario extraño contra su voluntad. Aún resultando llamativo, el problema es lo que podrían llegar a hacer no ya los jubilatas, sino los que, a medio plazo, contaban con poder echarse en brazos cómodamente de la pensión después de toda una vida dale que te pego. He tenido la paciencia de recopilar lo que ha venido publicándose desde el mes de los difuntos del estado en el que boquea la hucha de todas las huchas y del panorama que se cierne sobre los que alcancen la edad establecida y te pones a rezar por los vueltazos que en el futuro puede esperarle a los pobres pastores alemanes.

Ya en ese tramo archivado pudieron verse titulares anunciando que la leche de la susodicha se agotará a finales del año en curso. Hasta hace nada, cuando unos pocos se lo llevaban calentito y el resto nos creíamos que vivíamos en el mejor de los mundos en lugar de en la inopia, buena parte del personal soñaba con jubilarse a los 61 y hoy, la mitad de los que se hallan en edad de merecer el cambio de chip, están convencidos de que no les quedará otra que acceder con fatiguitas al retiro si no es que les toca pasarlas putas.

Yo observo al presidente del Gobierno y lo noto estresado con este asunto. Sin parar de ver a expertos, tomando la iniciativa, buscando consensos, explicándole pormenorizadamente al personal por dónde está pensando que tiremos para hacer frente al perfil canallesco de las cotizaciones, a la baja tasa de fecundidad y al incremento de la esperanza de permanecer por aquí. La verdad es que debería descansar ya un poquito y dejar de tranquilizarnos con tantas medidas que, quieras que no, te terminan abrumando. Y no solo los perros, hasta a los gatos se les ve fuera de sí. Con siete vidas, quién no.

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