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Campanas y claustros

Pudiendo permitirme el lujo de las ideas no pienso embutirme en el baúl de los recuerdos, también llamado ideología, por las que tengo poco respeto, incluida la mía. Hace mucho que no tengo camaradas, sino amigos, compañeros de labor y conocidos de la guerra. Cuando el bipartito (y su tercera pata, tímida como un jazmín) comenzó a gobernar, se daba el caso de que ofrecían cargos por menos dinero del que ganaba, como tal, el funcionario agraciado con la oferta. Sacrificios, ni por amor (bueno, por eso sí). Ya van corrigiendo: la bisoñez se paga, aunque persiste cierto pudor frente al dinero, como si la pasta fuera perversa de suyo y tentación irresistible: sólo los tontos no pueden resistirse a una oferta. Ni se reponen de un éxito.

No hay nada malo en el dinero, lo malo es arramblarlo o emplearlo mal. Como las campanas. Mi amigo Alfons Llorenç ha escrito un artículo campanil acerca del tema, cuajado de conocimientos y de erudición pinturera que me dispensa de insistir en que sería de cabestros renunciar a algo tan urbano, de frescor metálico y vibrante espiritualidad (y civismo: la mitad de la campana es comunitaria y no litúrgica) como las campanas. El Ayuntamiento de Valencia haría bien en regular su funcionamiento en las horas de descanso: el resto del tiempo que volteen que su voz es más grata que la de los petardos y tubos de escape (hay un cretino que pasa, a diario, por delante de las torres de Quart con una moto a todo meter y dejando una estela de desasosiego. A media tarde).

Lo mismo pasa que ocurre con esa universidad privada que quiere instalarse en el Cabanyal. Quizás le viniera bien al barrio, que es donde vive la gente. No hay nada de malo en que quieran ganar dinero, de lo que hay que asegurarse es de las intenciones del galán: su propuesta ¿es seria? ¿será un matrimonio canónico para toda la vida y lo que dure el amor? Es lo que hay que indagar, me parece. Y asegurarse de que la universidad pública, que es la prioritaria, tiene la financiación que merece y necesita, pues hay muchos afanes (legítimos), pero una sola república.

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