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Julio Monreal

El mayor reto para las Fallas

Las Fallas han logrado el renocimiento mundial de la Unesco pero no han conseguido el de sus vecinos». Lo decía esta semana con amargura Rafael Ferraro, presidente de la Federación de Fallas de Sección Especial, durante el acto de entrega del premio «Importante» de Levante-EMV a la fiesta valenciana por la obtención del título de Patrimonio de la Humanidad, con la presencia de la Fallera Mayor de Valencia, Raquel Alario.

El desayuno contó con la asistencia de una amplísima representación de la fiesta, con los artistas falleros, los pirotécnicos, las bandas de música, las comisiones, los indumentaristas, los estudiosos y los cinco grupos políticos representados en la Corporación, incluido el portavoz de Compromís y presidente de la Junta Central Fallera, Pere Fuset.

Los graves problemas del gremio de artistas, derivados de que cada vez se gasta menos en el monumento; las estrecheces de los pirotécnicos, que son los primeros que sufren el recorte de presupuesto de las comisiones; o la prolongación de la vida de los trajes „«se arreglan muchos, se compran pocos», decía el presidente del Colegio del Arte Mayor de la Seda, Vicente Genovés„ fueron pasando sobre la mesa, pero sin duda uno de los retos más importantes que tienen las Fallas Patrimonio de la Humanidad es rebajar la tensión con miles de vecinos de Valencia y de decenas de localidades en las que también se celebran Fallas, ciudadanos que sienten las celebraciones y sus consecuencias como una agresión que incluso lleva a muchos de ellos a abandonar su lugar de residencia durante los festejos.

El trabajo de todo el año en el casal; la cohesión social que proporcionan las comisiones; el arte de los monumentos y los trajes; el fuego en todos los formatos posibles; la música, la alegría y la emoción han enamorado a la Unesco pero queda mucho por hacer en la compatibilización del espacio público e incluso del ámbito privado. Los gobiernos municipales de los últimos años han trabajado de firme con los falleros y los cuerpos de seguridad y protección civil en áreas como la movilidad general y de emergencias. Pero el ruido y la suciedad continúan siendo las asignaturas pendientes, la desagradable cara B de la fiesta.

Aún quedan muchos casales por insonorizar, expuestos a que cualquier persona legitimada llame a la Policía Local e interrumpa la celebración, desatando siempre un conflicto de proximidad. Y las comisiones han de atenerse estrictamente a las normas y horarios sobre uso de carpas y verbenas que tantos quebraderos de cabeza provocan. En cuanto a la enorme cantidad de suciedad que genera la fiesta, el ayuntamiento ha de realizar un esfuerzo suplementario en apartados como los urinarios públicos o las recogidas nocturnas en espacios tan sensibles como el Jardín del Turia, y también los promotores privados de actos han de asumir responsabilidades en este campo, de forma que las vías públicas queden limpias en el menor tiempo posible. La ciudad no puede ser una letrina en sus días grandes, con las papeleras a rebosar y sin recoger y el centro histórico cubierto de basura.

Con la Exposición del Ninot, instalada de nuevo con acierto en el Museo Príncipe Felipe, comienzan ahora las Fallas de 2017, las primeras bajo el sello de la Unesco, que no solo es un trampolín hacia la visibilidad internacional: ha de ser ante todo un reto para conservar y proteger la esencia de la fiesta pero también para cambiar lo que le causa perjuicio, y para tratar de recuperar a una parte de la ciudadanía que ha dado la espalda a este hecho cultural univesal. La innovación, como subrayaba esta semana el presidente del Institut d'Estudis Fallers, Gil-Manuel Hernández, tiene que abrirse camino en este área y facilitar materiales que reduzcan el elevado impacto ambiental de los utilizados hasta ahora en la creación de los monumentos, de acuerdo con las nuevas exigencias sociales. Porque ahora, tras el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad, las Fallas ya no son sólo de los falleros, sino de toda la sociedad, y esa nueva condición va a exigir grandes dosis de diálogo y colaboración, así como del destierro de muchas muestras de intolerancia que, con demasiada frecuencia, se producen tanto por parte de quienes disfrutan de la fiesta como de quienes no la comparten, ya sea por necesidad o por voluntad. La razón no está solo del lado de quien durante todo el año trabaja para la comisión y el brillo de las Fallas ni tampoco del bando de quien llama a la policía en cuanto surge el más mínimo contratiempo. El mundo entero mira desde este año con más detenimiento, interés e información hacia Valencia y las otras ciudades que celebran Fallas y es imprescindible dar una respuesta a la altura del envite, algo que sólo se podrá producir desde el trabajo duro, el diálogo, la prevención y la colaboración.

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