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Amor a primera vista

Dos personas quedan en un restaurante para tener una cita. Nunca se han visto. Será una sorpresa para los dos, así que se visten como ellos creen que les sienta mejor, se maquillan si les apetece y van a la aventura romántica, con la ilusión de encontrar un amor. Nadie es tan ingenuo como para esperar tropezar con el amor de su vida, solo con algún amor, más humilde quizás, pero que te pueda proporcionar la tibieza que necesita tu piel esta noche fría.

Eso es lo que se supone que pasa en «First Dates» (¿Tan difícil era ponerle «Primeras Citas» o «Cita a ciegas»?). Pero claro, solo se supone, porque el restaurante es ahora un plató de televisión, te maquillan a la fuerza, te recoge un coche en el hotel, y te recibe Carlos Sobera, un maitre simpáticote y animado, acompañado por un barman cachas y unas camareras que cortan la respiración. Tú no eres Sobera, ni el cachas, ni la camarera, así que ya empiezas con un bajón. Te pides una copa y llega tu pareja, igual de incómoda que tú. Os sientan en una mesa y «a intimar». ¿Pero cómo vas a intimar bajo la luz de miles de watios y delante de más de un millón y medio de personas? ¿Qué «yo» nos muestran las pobres cobayas? Aparentan ser guays, o de principios firmes, u ocurrentes, o puritanas, y entre todos montan la ilusión de que están ligando. ¿Alguno de vosotros se lo cree? ¿Sí? ¡Venga ya! Los comentarios más comunes que se suscitan entre los espectadores son: «ese si no va allí, no liga ni con su madre», o «¿pero ese pibón qué necesidad tiene de ir a un programa de televisión para ligar?». Conclusión: es todo una ilusión, un montaje, un juego dónde todos nos creemos lo que no es.

Al menos cuando yo hacía «Amor a primera vista», no pretendíamos hacer más que un concurso con premios. Ahora el premio es salir en la tele. ¿Para qué? Ellos sabrán. Siempre despiertan en mí una ternura especial los telespectadores que creen inocentemente que lo que pasa allí se acerca mínimamente a la verdad de una relación humana. Yo personalmente lo veo como un programa de humor. Por eso me pone triste ver allí a alguien sincero. No me gusta reírme de la ingenuidad ajena.

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