El corazón de España dejará de latir en un futuro aterradoramente próximo. Es un hecho conocido, pero el libro «Los últimos. Voces de la Laponia española», de mi colega Paco Cerdá, periodista de Levante-EMV, nos remueve de la falta de conciencia para certificar que miles de pueblos del interior de la Comunidad Valenciana, Aragón, Castilla-La Mancha Castilla y León y La Rioja están condenados a morir. Su población desaparece, y la decreciente densidad de habitantes por kilómetro cuadrado será cero en el plazo de unos años, de décadas a lo sumo, si no no lo remediamos. Aunque pueda parecerlo, la culpa no la tiene el clima, porque en Chicago hace mucho más frío y la gente vive allí sin el menor problema. Es la falta de medios y recursos, el abandono oficial, el olvido y el desinterés general, sobre todo en los despachos gubernamentales, incapaces de arbitrar medidas para acabar con el desequilibrio territorial que ha convertido esta zona de España en el mayor desierto demográfico de Europa después del Ártico. Los testimonios del libro son impresionantes: esas voces que llegan desde la Laponia española estremecen. Gente que ha vivido allí toda su vida y morirá viendo como muere también su tierra desangrada. Otros que se fueron pero decidieron regresar y viven sin luz y en condiciones heroicas a costa de todo. Y maestros obligados a retirar el último pupitre de una escuela que cierra para siempre porque no quedan niños. España no se puede permitir que desaparezcan de su paisaje humano pueblos tan bellos y con tanta historia como los que nos describe el autor. Si lo miramos en el mapa comprobaremos que están justamente en el corazón de la Península Ibérica. Debemos evitar que deje de latir.