Fue Pablo Iglesias quien propició la apoteosis congresual de este fin de semana. Con la coincidencia del congreso del PP y la asamblea ciudadana morada se trataba, según el líder de Podemos, de confrontar dos maneras opuestas de resolver los asuntos propios, desde lo político a lo orgánico. Hay que reconocerle el logro. Frente al cálido fin de semana popular, un encuentro fraternal y relajado con gastos a cargo del partido, en Vistalegre se consumará el descenso a los infiernos de la confrontación interna de aquel partido revelación que, hace poco más de dos años, se preparaba en el mismo escenario para el asalto a los cielos.

Mariano Rajoy se apresta para unas jornadas muy plácidas, en las que ni siquiera tendrá que bajar los ojos al suelo para evitar la mirada ceñuda de José María Aznar, alejado de la vida orgánica por decisión propia. El presidente del PP dispone incluso, en la persona de María Dolores de Cospedal, de la vía para drenar ciertas tensiones precongresuales, provocadas por quienes pretenden evitar una acumulación de cargos que se aleja mucho de los estándares ya implantados en el resto de partidos. Los populares defienden con vigor su singularidad, al igual que en los procesos de elección interna, y los discrepantes seguirán, fraternalmente, esperando a otro congreso. Mientras, Cospedal se alza sobre su cúmulo de responsabilidades, ajena al hecho de que, por nuestras propias limitaciones humanas, acaparar atribuciones es una manera perversa de devaluarlas.

Por contraste, en Podemos pueden quedar cargos vacantes, de fiarnos de lo dicho por Iglesias e Íñigo Errejón. Si pierde, el ahora líder anuncia que se va y su segundo ha sido perseverante en rechazar la púrpura. Por ello tranquiliza Pedro Echenique, en el bando Iglesias y a cargo del proceso de votaciones, cuando descarta un resultado ajustado, menos de tres puntos de diferencia, como en diciembre. Lo que significa que la consumación de la ruptura será por victoria aplastante.