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La mentira no es verdad

Hasta aquí hemos llegado, le dijo con evidente enfado el candidato Mariano Rajoy hace dos campañas electorales al candidato del PSOE Pedro Sánchez cuando éste le dijo que no era una persona decente. Fue el momento culminante del cara a cara en la Academia de Televisión moderado por un desencajado Manuel Campo Vidal, que actuó como un robot sin alma ni reflejos ni instinto periodístico, dejándose atar por compromisos ante los partidos a los que el periodismo no sólo se la deja laxa como una ordinariez de Aída Nízar „de hija de puta para Mierdaset ha pasado a ser la salvadora del mortecino chiringuito de Gran Hermano VIP„ sino que les fastidia porque si es serio, el único que se puede llamar así, siempre estará enfrente. Pues hasta aquí hemos llegado, dijo hace unas semanas nada menos que la CNN. Y se lo dijo nada menos que al presidente de EE UU. Dicho así suena enorme. Pero hay que recordar que el presidente de los EE UU es un sabueso sin escrúpulos llamado Donald Trump. La cadena más importante del mundo dando noticias sin parar 24 horas al día hizo algo insólito en su historia el día que el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, daba su primera conferencia de prensa. No emitió la cita en directo. Grabó la intervención e hizo un resumen de la misma. Nada que objetar. Pero la lectura no es tan simple. Detrás hay un posicionamiento, un golpe de estado, un manotazo en la mesa, un hasta aquí hemos llegado, señor Trump. El lío, el vinagre, la contienda, la emprendió el propio cara naranja, que dijo en su visita a la CIA, «estoy embarcado en una guerra con los medios, (los periodistas) son los seres humanos más deshonestos de la tierra». La gotita de la independencia periodística que colmó el vaso de la arrogancia y el matonismo del macarra presidencial fue la comparación de las fotos aéreas entre las investiduras de Barack Obama y Trump, dejando claro que la de Obama fue una investidura con más asistencia de público. Eso es incontestable porque hay imágenes. Son hechos, no interpretaciones.

La «posverdad». Pero no para el nuevo equipo de comunicación de la Casa Blanca ni, por supuesto, para el empresario depredador, que si no se rodea de la parafernalia del hortera, incluidas las cortinas del despacho oval, doradas como sus cuatro pelos almidonados con cemento de laca, no está en su hábitat. Quisieron hacer ver al mundo, que es estúpido y fácil de liar, que había más gente en la investidura de Trump. En las pantallas de los televisores del orbe se pusieron las dos fotografías. No había que hacer comentarios. Pero este tipo de periodismo encocora a la nueva dirección del imperio. Y el peligroso majara no soporta semejante desfachatez. Es tanta la soltura con la que manejan la realidad que Kellyanne Konway, ayudante del portavoz de la White House, puso nombre a lo que la mayoría de políticos, banqueros, religiosos, y gente de poder sueña, es decir, construir la realidad, y difundirla, no con datos objetivos sino con «hechos alternativos», o sea, con filigrana de cocinero, elaborando con primor el mensaje, avasallando lo comprobable si no es de tu agrado para conseguir el efecto deseado. Lo de siempre, pero más descarado. Estanos en los tiempos pijos de la «posverdad», neologismo que seleccionó el diccionario Oxford como la palabra del año 2016 y que habla de crear y modelar la opinión pública no basándose en hechos objetivos „la tierra es redonda, existe la gravedad, la Biblia o el Corán no son ley, somos fruto de la evolución„ sino en creencias „Dios creó el mundo en siete días, como pregonaba otra candidata republicana, la estulta pero no ignorante Sara Palin„ y emociones individuales para influir en la opinión pública. Hasta aquí hemos llegado, han dicho los grandes medios norteamericanos. Se acabó. Ya está bien. Viendo lo que se les viene encima „retorcer los hechos con un desparpajo que va más allá de la indecencia y el atrevimiento que habla de desprecio por la inteligencia ajena, dando a entender que «da igual lo que digáis porque sólo nosotros interpretaremos la realidad»„, han decidido publicar las declaraciones de Trump y sus esbirros junto a despieces informativos para verificar lo que es verdad o mentira del showman que ha hecho de la política un programa televisivo a golpe de tuit matutino donde el presidente es el concursante de un Gran Hermano broncas e imprevisible.

San Kapùscinski. En España tenemos decenas de ejemplos de intentos de pisotear los hechos sin adornos para escupirnos los hechos alternativos como verdad objetiva. Esperanza Aguirre o Mariano Rajoy son adalides de este sucio uso de la realidad. La verdad no es prioritaria ni perseguida como objetivo. La verdad puede y debe ser enmascarada por la apariencia de verdad, y no por la verdad en sí. O sea, la puta mentira de toda la vida. Mentira y estafa que Aznar el insufrible, sin saber que no existía más «posverdad» que la trola echó a girar el tiovivo del lobo de las armas de destrucción masiva que tenía escondidas en el bigote el malo de Hassan Hussein para atacar Irak. Rajoy volvió a echar mano de su cara dura cuando el periodista Carlos Alsina le preguntó su opinión por la decisión del abogado del PP de pedir la nulidad del caso Gürtel, opinión que no dio porque dijo desconocer la estrategia de su partido con un «me ha sorprendido usted». Es una nimiedad, cierto, pero suficiente para que luego llegue el compadre Francisco Marhuenda o los palmeros de 13tv y líen lo dicho hasta hacer que no parezca lo dicho sino lo que tenía que haber dicho. El caso de Eduardo Inda es el otro caso doloroso que se asocia a un periodismo que no puede llamarse así, salvo que se enmarque en este «nuevo periodismo» que adapta los datos al mensaje que se pretende dar, es decir, que miente como respira. En España deberíamos por sistema hacer lo que ahora dicen que harán los grandes medios en EE UU, chequear las declaraciones. De todos los políticos. Sin excepción. Y de los periodistas, que entran en el juego de la farsa a sabiendas, o sea, dando como verdad lo que sólo es mentira. Ya lo dijo Ryszard Kapùscinski, las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Ni buenos políticos.

Arruinadita

No es raro ver de vez en cuando a un famosito sentado en un plató, poner el cazo en una revista, y contar que está arruinado, que no puede llegar a fin de mes, que pasa por un momento la mar de delicado. Algunas de esas caras con mucha jeta, hasta lloran. Hace unos días la mismísima Belén Esteban dijo que tenía problemas porque Hacienda, digo yo, pensaba que éramos todos menos ella. Y ahora le toca pagar. La madre que la parió.

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