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Un PPCV llamado panga

Durante mucho tiempo al PPCV se le ha considerado un bulto sospechoso, relegado del primer plano en el imaginario de los populares y los círculos concéntricos del poder de Génova y sometido a un proceso de cuarentena a cuenta de su oprobio reputacional. Pese a revalidar victorias electorales el tsunami de la corrupción, sus barrabasadas audiovisuales y la fatiga de materiales lo llevaron a la oposición. Allí ha purgado sus penas y todavía está en ello, reverdeciendo ocasionalmente el relato judicial ora por el pitufeo, ora por la financiación, ora por Gürtel -como los tribunales se encargan de recordar con el don de la oportunidad-. Los populares valencianos, en suma, han sido como la panga, el pescado que nadie quiere en los comedores públicos porque no es de fiar.

No pintan. El lastre de la gestión les privó de un mayor peso orgánico allí donde el partido somete sus cuitas -que es bajo las barbas de Rajoy- salvándose de la total irrelevancia gracias al exilado González Pons y algún compañero mártir más. Ni las migajas del segundo escalón del gobierno era digno del tercio popular valenciano en el ejecutivo actual, un ámbito en el que -por otro lado- jamás ha sido notable la presencia de políticos locales -con la excepción de Zaplana-. Que Margallo tenga un yate en Xàbia o que Català confíe su solaz agosteño a les Marines son más bien chistes para quien los compre.

Rehabilitación. Sin embargo parece que no hay mal que cien años dure. Aunque el fallo de ayer sobre Fitur habrá trastornado ciertamente a la expedición valenciana al congreso del PP, el cónclave de aclamación que está celebrándose en Madrid encuentra a un PP relativamente tranquilo, apoyado en los datos económicos y en la crisis generalizada de la oposición. Sólo hay que asistir al batiburrillo de Podemos o al diván del PSOE para comprobar que otros están peor. Las debilidades de partida que acongojaban al PP están dando paso a cierta luz. Acosado por la corrupción o por la dureza de los ajustes sus carencias se mudan en fortaleza ante las pifias generalizadas a la siniestra, la desunión y la desconfianza general que generan los otros en definitiva. El CIS ha venido a avalar esta semana la estrategia rajoyista y su partido se consolida como primera opción en España. Sin duda, hay debilidades que mudan en baluartes de victoria si se sustentan sobre la estabilidad, la estabilización económica y el plácet de los partidos que han propiciado un nuevo gobierno marianista.

Dignidad. Ese PP que ha hecho cayo con sus errores y que ya no va con la cabeza gacha en la CV -y eso que ha hecho méritos- busca ahora una mayor presencia en los órganos de decisión, en los ámbitos donde se ventila lo importante. Llegados a este punto la gran pregunta que cabe hacerse es si Isabel Bonig es la candidata del PP y si es la mejor que tienen para pilotar esta nueva etapa. A la primera pregunta, la respuesta es sí. A la segunda, quizás. La política de la Vall reúne el suficiente capital como para encabezar la actual ofensiva de reagrupación de fuerzas. Con ella el PP indígena ha abandonado la celda del juego de la oca para acometer la oposición real. En política siempre creo que gana el mejor y que pasa de ronda el que mejor lo hace, y en nuestra política esta carrera a las elecciones autonómicas de 2019 se asemeja bastante a una liga de la regularidad.

Paciencia. Bonig sólo tiene que esperar y surfear la ola de la gestión del PP en Madrid. La clave radica en si será suficiente esa paciente espera o si, por el contrario, llegará a tiempo una mejora de la financiación autonómica que permita al Consell de Ximo Puig exhibir mayores logros, materiales estos, más allá de la habitual retórica redentora y el realismo mágico. Sin duda alguna, el congreso del PP es un termómetro para discernir qué visibilidad tendrán las huestes de Isabel Bonig, averiguar si sus cuadros están rehabilitados del todo y si han sido perdonados por la gran cantidad de disgustos -no más que en otras plazas- que de la mano de la corrupción han procurado y procuran a papá Rajoy.

Hay partido. En resumen venimos a decir que hay partido y que, como en el fútbol, la victoria al final se decidirá por los detalles. Eso sí: no le pidamos finezza a la líder popular. Bonig atesora las virtudes de una corredora de fondo algo alejadas de la «haute couture». No marcará tendencia renovadora en el PP como la Cifuentes -participación, talante, primarias, etc- y además es una mujer sin complejos: Isabel es conservadora. La clave radica ahora en saber qué capacidad tendrá ella para adaptarse a su electorado y a los nuevos públicos que piense cautivar y si tendrá suficiente oído y sensibilidad para interpretar bien la melodía cuando lleguen los matices, que es cuando debe dar la talla. Hasta ahora la suya ha sido una política de metales, trazo grueso, pero tiene quizás como aprendizaje pendiente más finura en la cuerda.

Obsesión lingüística

El lunes 300 empresarios -valencianos y catalanes- unirán sus voces en Tarragona para alinearse con la reivindicación de AVE sobre el corredor mediterráneo y las infraestructuras en general. Aplauso. Destacamos: valencianos y catalanes. La economía real, la sociedad que trabaja y que avanza, parece ser un ámbito ajeno al PPCV, cautivo de sus obsesiones. Los populares valencianos vuelven a confundir el culo con las témporas, retornan al valencià nostrat, la malainterpretación de lo genuino y la manipulación del idioma frente a una pretendida catalanización. Sobrecogedor. A no ser que cuenten con particulares encuestas que les prometen pingües beneficios electorales, está por ver qué rentabilidad obtendrán de la reactivación de la Batalla de Valencia. Parece un exceso querer trasladar que los gobernantes tripartitos son los epígonos aquí del «procés». Resulta llamativo que emigrada la Punset solo ellos mantengan que el «Botànic nos inmersiona».

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