Qué es Unesco? Una brújula que señala a los viejos la dirección correcta hacia el futuro que deberían heredar los jóvenes. No es una burocracia, es un viento que sopla, viento unesco al que cada cual puede ceñirse. Y es la esperanza para gran parte del mundo.

Para los valencianos, Unesco es un espejo curvo que les ha puesto este año muy contentos porque, después de empujar con tenacidad, y tirar no pocos cohetes, han sido reconocidas „las Fallas, la Seda y antes la Lonja„ como de las cosas más guapas que tiene la Humanidad. Era en las ferias de antes donde había atracciones de espejos curvos donde los niños nos veíamos más altos que nuestros padres o más bajitos y gordos que nuestra tía-abuela. Ahora es lo mismo, solo que con periodistas y redes sociales muy capacitados para mover los espejos y transformarlos en lente de aumento y en lupa con la que te achicharran si no estás muy atento.

En realidad, todo el mérito de la resurrección del Valencia Seda viene de una discretísima mujer llamada Hortensia Herrero, que sin hacerse fotos o buscar titulares señaló el viejo caserón de la calle Hospital y dijo lo que Pío XII al ver cómo habían dejado los angloamericanos la abadía de Montecassino: «La voglio, dove era e come era». Hortensia tiene el mérito especial de haber salvado para las generaciones venideras buenísimas cosas de Valencia. Es la esposa de Juan Roig, estudiante de los franciscanos de Ontinyent en los tiempos en que el carácter se formaba con sabañones en los pies y chispas en el cogote por las carquiñolis que te arreaba desde atrás el fraile vigilante. No sé si pasó hambre, pero hoy parece mirar al futuro a través de las personas.

Juan Roig era amigo de José Manuel Lara (hijo), otro clarividente empresario entusiasta del viento unesco. Digo hijo porque fue su padre (también José Manuel Lara) un soldado sevillano operador de ametralladora que desfiló con los vencedores por la plaza de Cataluña mientras la alta burguesía saludaba brazo en alto a lo fascista (hay foto y son identificables). Lara padre ya no quería irse de Barcelona y puso en marcha el ingenio. Buscando en los anuncios de La Vanguardia descubrió que alguien quería comprar una máquina de escribir en una página y alguien la vendía en otra. Se puso en medio, compró la Underwood y la vendió y en seguida tuvo para comer. Como era un guaperas, pronto tuvo novia (la estupenda señora Bosch). Fue ella quien descubrió no haber comprado sólo un almacén de libros, sino los derechos de una editorial. Todo esto, relatado por el viejo Lara en la comida en que me ficharon para ser director de la revista Opinión, en la que Lara Bosch (o sea hijo) aprendió las buenas y malas artes del periodismo, hasta que consiguió endosársela a Adolfo Suárez, quien la compró con redacción y director incluido, pasando yo primero a Madrid y después a la Moncloa en los años gloriosos.

Lara hijo publicó libros espléndidos de arte y de patrimonio Unesco de la Humanidad que se vendían a plazos por las casas antes de que llegaran las muchas televisiones en color, Facebook o Instagram. Los buzoneros y vendedores de libros han desaparecido, pero el hambre, no. Así que, siguiendo el modelo del fundador de Planeta, gentes que disponían de listados de clientes „en estos tiempos de crisis y muy al sur, donde nuestra comunidad se hace más fenicia„ han aguzado el ingenio y han vuelto, esta vez con la tarjetita (falsa) de Unesco, a ofrecer un hermoso diploma de benefactor para que la gente se lo enmarque en el descansillo a la puerta de casa.

¿Cómo no van a estar preocupados los secretarios generales de la Comisión Nacional Española de Cooperación con la Unesco€ y los de la italiana€ y los de la polaca o los de la rumana€ con toda la picaresca que pueda adherirse como una lapa en los rompeolas del hambre? Su obligación es in vigilando y debe continuar por si a alguien le tienta usar un doble gorro con sus intereses electorales o de negocio y la tarjeta de Unesco. Hay un rotundo mentís sobre la presunta desautorización de Centro Unesco Valencia, y lo único que hiede a práctica delincuente es la filtración de una carta ínfima, parecida al balín de un rifle de feria disparada por ver si se tumba el pato y se pilla cacho en la AVT. Poca cosa, porque Unesco, a fin de cuentas, no es más que es un viento solidario que sopla en dirección hacia un mundo mejor, creando pasarelas sobre el mar de Ulises, que es hoy, literalmente, «la balsa de Medusa», donde los ya muertos se entremezclan con los que aún tienen que ahogarse.

El hoy tan vigilado logo de la Unesco no representa al Partenón de Atenas (guerra y sabiduría, octástilo) sino al Templo de la Concordia de Agrigento en Sicilia (armonía y solidaridad, hexástilo) y la ciudadanía del viento unesco va a convocar en 2018 el II Multaqa de Agriento para cambiar las cosas o, al menos, volver al punto en que estaban en 1998. Siendo la Multaqa de Valencia: concordia y paz en la Ruta de la Seda, este año, la plataforma internacional de lanzamiento a la que hemos invitado a las grandes figuras en la Unesco del movimiento mediterráneo: Federico Mayor Zaragoza, Emmanuele Emanuele, barón de Culcasi, Francesco Rutelli, exalcalde de Roma, y el shaij Khaled Bentounés. Poner en duda la legitimidad moral de estos implicados es un solemne rebuzno en la plaza de Valencia, por lo que nosotros, tirando del carro, esperamos sostener intacto el apoyo unánime que obtuvimos en Les Corts en 2015, así como el auspicio de la Comisión Nacional de Unesco y, sobre todo, sembrar y cosechar la concordia y la paz entre nuestros conciudadanos.