Mónica Oltra ha tenido que salir a aclarar que no hay guerras en el Consell después de que un fatídico wasap de su conseller de Transparencia se hiciera público la semana pasada. Al margen de que el mensaje de Manuel Alcaraz fue enviado a un grupo interno para su lectura, al margen de que sus dudas pudieran haber sido fundadas, al margen de que con posterioridad se tomara un café para curar heridas, la imagen que se dio de que se anda con el hacha de guerra levantada en el Palau, fue inevitable.

Hace hoy una semana, el conseller Alcaraz trasladó a los diez miembros del Consell que la consellera de Sanidad le había engañado, a cuenta del caso que rodea a uno de los principales colaboradores de ésta, Ricardo Campos. El gran pecado para quemar en la hoguera al subsecretario de Sanidad era que no trasladó a Transparencia debidamente que posee una clínica oftalmológica desde hace más de 20 años en la que pasaba consulta y, tras su nombramiento, la arrendó a una sociedad que, a su vez, pertenece a un grupo que ha mantenido relaciones contractuales con la Generalitat.

La pérdida de tono se habría quedado solo en eso si no hubiera salido a papel, tratándose de un mensaje enviado a un grupo cerrado de diez. El núcleo duro que gobierna. Y porque, además, daba la impresión de tener dos frentes, dos partidos, muchas discrepancias y una conselleria en una permanente caza de brujas interna. Oltra daba por cerrada la crisis con un aviso público a navegantes: «Convendría que al igual que las deliberaciones del Consell son secretas, las del grupo de WhatsApp también lo fueran». No le falta razón. Quizá Transparencia debería dedicarse más a lo suyo, y no como parece, a ejercer de Tribunal de la Santa Inquisición.

Sobre todo, porque se creó para dar ejemplaridad y esa cualidad no solo va con implantar un perfecto modelo ajustado a ley para los demás, que está muy bien si alguien no la cumple, como ya pasó como se recordaba en el mensaje, sino porque la ley es para todos. Como dar ejemplo. Y acusar sin pruebas constituye otro delito. Y eso no es propio de una conselleria que también está para ejercer de pegamento entre sus miembros y con el ciudadano. El eterno diálogo y la confianza van con su cargo. Como la transparencia en toda gestión. Desde ahí, además, se asume también la importantísima área de Participación, desde donde se pide la colaboración de todos y todas para poder hacer valer el ejercicio democrático. Lo que parece olvidar. Y es garante de las buenas prácticas de gobierno. Algo que debe empezar por aplicarse.

Y por ello, no me cabe en la cabeza cómo el propio conseller despacha determinados asuntos así, si realmente tienen el tono que imprime, con la acusación de engaño a una consellera, deslizando un delito, para luego dejarlo en nada. Porque se ha quedado en error y no engaño. Pese a la gravísima falta señalada. Hasta con intervención incluida de la vicepresidenta para recordar, otra vez, el tan traído y llevado tema de los afectos. Sí. Les falta afecto, pero también respeto, privacidad, complicidad y confianza. Una conselleria de su rango exige responsabilidad, ejemplaridad y, desde luego, rigor en las palabras, las formas y el modo. Y si se acusa a alguien de engañar a los ciudadanos, que sea con pruebas que constituyan un delito, haciendo uso de la ley y no creando un rifirrafe interno que solo provoca desconfianza hacia un gobierno y varios titulares en la prensa. Porque es la palabra de un conseller. Y algo más, si insiste en tener la hoguera encendida en casa, que aplique también la discreción hasta que tenga la condena. Pero de herejes de verdad, no de falsos brujos de la Edad Media.