En el último consejo de administración de DIVALTERRA, el diputado Josep Bort, el asesor Josep Tamarit, la gerenta Agustina Brines y la directora del área de medio ambiente Soledad Torija, han conseguido enterrar el proyecto de I+D+I sobre el uso de los cipreses contra el fuego. Sin haber llevado a cabo ninguna investigación ni aportado ningún estudio científico que contradiga lo publicado en revistas científicas y especializadas.

Les ha bastado con unas cuantas notas de prensa propias y ajenas. Con acusarme en el pleno de la Diputación de haber "trucado" la famosa foto de los cipreses que sobrevivieron al incendio de Andilla. Con asociarme genéricamente a la corrupción que corroe a Divalterra, sin prueba ninguna. Eso y además despreciar la Ciencia, partiendo de charlas de bar, comparando nuestras investigaciones con "gallinas, culos, palos y dinosaurios". Sé que puede parecer increíble, pero nada de esto encontraran en las actas del pleno de la Diputación celebrado el día 25 de octubre de 2016 en el que se trató el tema. Afortunadamente la grabación en video de la sesión plenaria quedará para la historia, y servirá de prueba en los juzgados para defender mi honorabilidad.

Cuando trabajas en investigación se agradece el debate y es bienvenida la polémica, porque la ciencia no avanzaría sin controversias ni nuevos interrogantes. Ahora bien, el método científico tiene sus reglas, y entre ellas no está la de poner en boca del oponente cosas que nunca dijo. Aunque sea una vieja costumbre, que Darwin sigue padeciendo cada vez que le atribuyen eso de que el hombre desciende del mono. O Einstein, quien dicen que dijo que todo es relativo. Son simplificaciones, quizá inocentes, pero que desvirtúan por completo la ciencia.

De manera que desisto de explicar de nuevo el proyecto. Me desanima el nivel científico de los argumentos contrarios: dudo que pueda competir con la imagen de quien cogió un mechero y prendió fuego al interior seco de un seto de jardinería. O de quien visitó la famosa parcela de los cipreses ignífugos tras el incendio de 2012 y no supo ver, ni documentar, cómo un pino rodeno que crecía en el interior de la parcela rodeado de cipreses ardió, y los cipreses no. Doctores tiene la iglesia. A lo más que puedo aspirar es a negar por escrito algunos de los dislates que se me atribuyen. Por tanto, declaro solemnemente que ni yo ni ninguno de los científicos de nueve países que participamos en esta investigación hemos dicho nunca cosas como las que siguen.

Ignífugos, no incombustibles

La más importante, que los cipreses sean incombustibles. Es imposible. Cualquier árbol se quema si recibe suficiente calor durante el tiempo necesario. No me desagrada, en cambio, el adjetivo que les aplicó algún periodista espabilado tras el incendio de Andilla en el que se salvaron. Son ignífugos, es decir que rechazan el fuego o si lo prefieren que retrasan su entrada en combustión. Y es así porque las hojas del ciprés mediterráneo tienen mayor contenido en agua que la encina o cualquiera de nuestros pinos. Necesitan más flujo de calor y más tiempo para empezar a arder; la llama es menor y los compuestos volátiles emitidos durante el calentamiento no entran en ignición. Además, debajo de los cipreses, como se pone de manifiesto en la famosa parcela, crecen muy pocos arbustos y hierbas, lo que sin duda contribuyó a ralentizar el "motor" del incendio. Son ventajas pequeñas, pero la "Evolución" ha hecho cosas más grandes con mucho menos.

Tampoco hemos propuesto nunca que se utilice el ciprés de los cementerios para crear barreras cortafuegos, y mucho menos en forma de seto. La forma columnar es sólo la más conocida entre las que adopta el ciprés mediterráneo, pero la menos adecuada contra el fuego porque puede acumular ramillas muertas en el interior. Nosotros proponemos bosquecillos formados por variedades de ramas horizontales, que, sin ningún mantenimiento, permanecen libres de material seco. El uso en forma de barreras cortafuegos, al que hemos denominado "Sistema ciprés", debe ser estratégicamente planificado.

Nunca hemos recomendado a los ciudadanos que planten setos de ciprés para defender sus casas del fuego. En los setos, es indiferente que sean de ciprés o de cualquier otra especie, las podas de recorte constantes provocan que permanezcan tupidos en el exterior mientras mueren y se secan las partes internas por falta de luz. Son, pues, esas partes secas las que se inflaman cuando llega el incendio, de manera que lo responsable es recordar a la población que planten y conserven los setos correctamente. Éste es, además otro de los resultados de la investigación que hemos llevado a cabo.

Jamás he dicho que debamos plantar cipreses para sustituir a la vegetación natural. Un absurdo. Lo que si he hecho es dedicar gran parte de mi vida profesional a proteger y cuidar a los bosques y árboles ancianos, sean autóctonos o llegados de lejanas tierras. Los puristas de lo autóctono parecen obviar que también el almendro, el algarrobo, el naranjo o la morera vinieron de fuera. Y que ninguna de ellos, como tampoco el ciprés mediterráneo, forma parte del catálogo de especies exóticas invasoras.

Prevención versus extinción

No se nos pasa por la cabeza que los cipreses sean la solución a los incendios forestales. No hay una solución única y milagrosa, como no sea asfaltar las montañas. Es comprensible que cada cual ponga el acento donde le interesa. Quienes están relacionados con el alquiler de hidroaviones, helicópteros y otros medios similares, en la extinción; los ecologistas, en la prevención. Yo soy de los que piensa que se han dedicado muchos más medios a la extinción que a la prevención, con casos tan lamentables como el del "cártel de fuego" que investiga un juez. Situación que pudo facilitar la falta de medios de extinción en el incendio de Andilla al concentrarlos en el incendio de Cortes de Pallas, ya que ambos coincidieron en el tiempo.

Nadie me ha oído nadie atribuirme todo esto como idea mía. En realidad, no he hecho más que sumarme, eso sí hace más de 10 años, a un proyecto europeo en el que otros países llevaban ya un largo trecho recorrido. Tampoco digo que los resultados finales vayan a ser magníficos, pero una investigación científica nunca está absolutamente segura de los resultados o no sería ciencia. Lo que tampoco es ético en ciencia es criminalizar las investigaciones de los demás. En todo caso, lo que no debe ser el proyecto es una irresponsabilidad total si lo patrocina la Comisión Europea, que también lo difunde como una herramienta y método para la gestión de los hábitats en la Red Natura 2000.

Desarrollo y economía rural

Y, con todo lo que se dice que hemos dicho, no se cuenta que los lugares donde se iba a plantar los 10.000 cipreses eran propiedad de la Diputación de Valencia, terrenos baldíos y totalmente controlados. Que también se iban a estudiar, entre otros aspectos relacionados con el desarrollo y la economía rural, variedades de cipreses para la producción de madera, que tiene un precio comparable a la de nogal. Ni que los alumnos de las escuelas de Capataces de Catarroja y Requena, pertenecientes a la Diputación, iban a participar en el proyecto.

Mientras aquí nos divertimos con discusiones de bar, en la Toscana ya han cambiado la ley para incluir al ciprés mediterráneo como especie idónea en la lucha contra los incendios forestales. Y han comenzado las primeras plantaciones. El diputado provincial de medio ambiente, que se sumó entusiasta y veloz al proyecto de los cipreses contra el fuego al encontrarlo publicado en el Whashington Post y la BBC, ahora lo rechaza de forma encarnizada. Afirma que los 10.000 cipreses que agonizan en un vivero no tienen valor científico, y los regala. Tal vez el diputado, y sus palmeros, perciban en sus momentos de duda el rumor del toscano más ilustre, el padre de la ciencia, Galileo Galilei, ante el tribunal de la Santa Inquisición: y sin embargo, son ignífugos.

Bernabé Moya es Botánico. Miembro del equipo de investigación del proyecto europeo CypFire.