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Bambi ha muerto

Se rasga el relato de las buenas apariencias. La batida cinegética de ciervos y muflones, digna de «La Escopeta Nacional», muestra las aristas de la real «politik».

Desde luego a Fabra no le van a convocar al foro de estrategas del Club Bilderberg. Cuando presidía la Generalitat apostó por una afín para dirigir la cadena pública de TV. Ahora, dos años y muchos disgustos después, tras 1.800 odiseas personales y ríos de tinta, quien dirigirá la resucitada pantalla será la corresponsal del canal público de un régimen soberanista y que aspira a la independencia sin ambages. Sin entrar a enjuiciar la profesionalidad -probada- de la electa Empar Marco, coincidirán que el colmo de los populares es que la tele que desconectaron acabe liderada por quien simbólicamente encarna sus peores fantasmas, las más tenebrosas obsesiones del conservadurismo local. En cualquier caso la elección de la nueva dirección televisiva prueba el ocaso de las apariencias, el deceso de la sonrisa tripartita y la atenuación de cualquier atisbo de moderación a mayor gloria de la batalla electoral de 2019. Se elimina al solvente Enguix, se lamina al Mesías murciano Lluch -en parlarem- y gana la banca. Gana Compromís. Bambi ha muerto.

La imagen manda. Desde Ike Eishenhower ningún presidente norteamericano ha dudado en usar la TV para influir en el país -dio 193 ruedas de prensa en directo en 8 años y es recordado como uno de los mejores inquilinos de la Casa Blanca-. Ni ningún mandatario en el mundo, añado. Ni aquí. El único que ha conquistado poder sin usar el mando a distancia en la historia democrática reciente ha sido nuestro Molt Honorable Ximo Puig. Ahora que se engranan las maquinarias catódicas aplíquense el cuento: una imagen puede valer más que 1.000 palabras.

La batida. En ese sentido, por ejemplo, la Nasa adapta sus descubrimientos a nuestro limitado discernimiento. Por eso hace dibujos de planetas cuando ni siquiera ha obtenido fotos decentes del orbe. El tripartito también nos ilustra su gestión con imágenes, algunas con ignotos objetivos por lo inquietante de su naturaleza. Levante-EMV publicaba esta semana una foto tras una batida de ciervos y muflones en el interior valenciano digna de «La Escopeta Nacional». Tras el bodegón a lo Berlanga y Sazatornil vinieron las excusas. Para justificar la matanza cinegética la administración autonómica no ha dudado en reclutar a las organizaciones agrarias y a los cazadores ¿hola? Como dice Ignatieff, en política las explicaciones siempre son tardías.

Verdes de opereta. Que quien amedrenta al inversor, pretende meter en cintura a la patronal con modales norcoreanos, regula la actividad de los bípedos y promociona hasta la extenuación al ciclista, quien no dudará en restringir tráficos si las circunstancias lo exigen, permita una masacre de bóvidos y cérvidos con el objetivo de limitar su censo no tiene «trellat». Nos hemos desayunado con la muerte de Bambi, no eran tan majos. Hay algo de divino en quienes se arrogan una función redentora en su gestión de gobierno. Abanderan esa superioridad moral que se ve impelida a intervenir incluso en la esfera privada. Ellos nos dicen qué está bien y qué no, que debemos hacer para ser ciudadanos virtuosos y donde están los límites individuales.

Postureos. Hay mucho postureo en el relato medioambiental. Vetar centros comerciales, prohibir prácticas deportivas en el litoral para salvaguardar la cría de un polluelo, fomentar el reciclaje sin conceder al ciudadano herramientas para cumplir con ese espíritu€ Esta semana tuve la oportunidad de participar en una tarea de repoblación. Hoy en día se repueblan los llanos porque en las alturas es imposible. La inversión necesaria para reconstruir centenares de kilómetros de pistas forestales -fundamentales también para apagar los fuegos- es cero. Los políticos sólo se acuerdan del monte para hacerse fotos porque mientras tanto -como me apuntó un forestal- allí sólo encuentras pastores, motoserristas e infractores. El ámbito medioambiental es uno de esos en donde muestra sus vergüenzas ese interfaz que comparten la gestión ideal y la política real. Entre la verdad y la mentira. O lo que ahora llaman con altas dosis de cursilería, la posverdad.

Aniquilamiento. Hay imágenes que es mejor no ver. La política genera grandes decepciones. Un gobierno verde puede matar a Bambi, un partido puede socavar la ilusión que generó. La irrupción iconoclasta de Podemos, por ejemplo, le generó grandes dosis de crédito pero no está blindado contra los vicios mundanos. En los círculos no eran ni tan guapos ni tan rubios. El líder ha colocado como edecán a su compañera sentimental purgando a su hasta ahora número dos y a su ex. La masacre del errejonismo valenciano -una batida cinegética- es una opción plausible en el tiempo, lo que generaría una alta inestabilidad en el Consell y posibles cambios en el ecosistema. La ambición le ha ganado la batalla a la compasión. Ha caído el velo del buen rollo. El gobierno mató a Bambi y hace falta controlar el relato. Y pronto.

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