La actividad cinegética arranca desde la misma noche de los tiempos. Hasta fechas bien recientes sirvió para alimentar a una población pauperizada en el mundo rural pero que vivía en armonía con la Naturaleza, compatibilizando todos los aprovechamientos naturales que ofrecía el entorno. Poco a poco ese equilibrio fue decayendo, básicamente por el abandono de este mismo mundo rural, que conllevó la pérdida de cultivos que fueron sustituidos por masas forestales y la desaparición de la ganadería que mantenía limpio el monte. Este cambio de hábitat trajo consigo que muchas especies comenzaran de nuevo a colonizar espacios forestales que hasta ese momento estaban ocupados por el hombre y la mujer, y que ya sin predadores naturales, empezaran a proliferar de forma exponencial. Hasta que recientemente hemos sabido que solo en la Comunitat Valenciana la población de caza mayor se ha triplicado en general, y que en pocos años alguna especie como el jabalí será prácticamente incontrolable: se puede ya observar ejemplares llegando a las propias poblaciones, a la costa o entornos directamente urbanos.
Y con este crecimiento poblacional han venido los problemas de verdad. Por una parte, los daños a la agricultura han empezado a ser cuantiosos: cosechas arrasadas, plantones que no crecen, destrozo de infraestructuras (hormas, gomas de goteo, canalizaciones...). También problemas con la ganadería y el pastoreo: competencia por pastos, contaminación de los suelos, transmisión de enfermedades entre especies (tuberculosis, sarna sarcóptica), hibridaciones. Por otro lado, los accidentes de tráfico por la fauna salvaje han dejado de ser noticia y son una constante, provocados por los traslados forzosos de animales buscando comida. Hay comarcas en las que ha habido 7 accidentes en una sola semana, y desgraciadamente incluso víctimas mortales. Ello sin olvidar que también existe un alto riesgo para la propia salud pública por peligro de zoonosis. Y, en fin, también para la propia especie que consideraremos, pues tanta densidad concentrada genera endogamias y su empobrecimiento genético.
Ante ello, el mundo rural se encuentra prácticamente inerme. Habrá quien, sentado cómodamente en su sillón de ciudad, o desde su atril subvencionado, teorice con ideologías de salón soluciones simplonas que no arreglan nada por completo. Habrá quien de buena fe tal vez aporte soluciones más idílicas que reales. Habrá quien se deje embargar por la humanización del reino animal y proponga remedios, que más allá de lo utópico resultan tan inocentes como disparatados técnicamente. Como lo son por ejemplo los piensos esterilizantes, que dicho sea de paso tendrían efectos sobre toda la fauna, bien por ingesta directa, como por introducción en la cadena trófica, pero en todo caso con resultados catastróficos. Habrá finalmente quien aporte soluciones moralizantes estereotipadas, o quien, soliviantado trate de adoctrinar a los demás, como se hacía también en otros ámbitos en la España pretérita. Pero nada de todo esto ofrece una solución real a los problemas de agricultores y ganaderos. Y ellos son bien conscientes.
Frente a todos esos planteamientos, el sector cinegético se encuentra donde siempre: en plena consonancia con el mundo rural, pues en él nació. No en vano muchos agricultores y ganaderos son miembros del mismo. Su papel es el de garantizar el equilibrio poblacional allá donde no se encuentre, controlando las densidades para evitar situaciones alarmantes de plaga que agraven aún más los problemas mencionados anteriormente. Porque hay que ser muy consciente de que la caza moderna es un elemento más de gestión natural que cumple una función social. Hace tiempo que dejó de ser solo un aprovechamiento forestal, para convertirse en un instrumento fundamental de gestión ambiental.
La cinegética es posiblemente una de las actividades más controladas que existen sobre todo a partir de nuestra entrada en la UE. Los cazadores son los únicos que verdaderamente invierten económicamente todos los años en mejora de hábitat, y no poco. En cambio, parece que es más fácil llevar una camiseta con un eslogan molón en contra de la caza, y desde luego más barato. Porque solo el mundo cinegético aportará de su propio bolsillo los recursos necesarios para mejorar la biodiversidad: llevando agua donde no la hay, manteniendo las balsas en verano, sembrando grano, desbrozando, recuperando fuentes, aljibes, manantiales, controlando la predación, vigilando los incendios, etcétera.
Por lo demás, conviene no olvidar que, además de ser un instrumento de control, la caza supone un motor fundamental para muchas economías rurales. Tal vez algunos de los que la quieren limitar podrían decírselo a los que perderían su empleo, o prefieran la alternativa de algunos países europeos que, tras prohibir su práctica para algunas especies, como las acuáticas, acaban gaseándolas en masa cuando su población es un problema. Las personas consumimos animales y hay toda una industria cárnica que todos los días sacrifica miles de ellos, sin que nadie ponga la foto de un matadero en la prensa. Pero ni los pollos, ni las terneras crecen en los árboles. Resulta paradójico pensar que si es para comer está bien el sacrificio y que cuando se sacrifica fauna salvaje para evitar los graves problemas mencionados entonces está mal, máxime cuando su carne es totalmente aprovechada, incluso para fines benéficos. Parece una actitud un tanto hipócrita aceptar lo uno sin lo otro, más aún si como se ha dicho se trata de una actividad perfectamente controlada. De no existir la actividad cinegética, la Administración tendría que contratar personal que hiciera las labores de los cazadores. Ha pasado ya en algunas partes del mundo, con nefastos resultados, además de suponer un gran costo para el erario.
En resumen, la caza moderna se mueve plenamente entre los postulados conservacionistas. Además de ser un aprovechamiento forestal más, es en un instrumento de gestión ambiental allá donde las poblaciones de especies pueden descontrolarse, mejorando con inversión el hábitat sobre el que se actúa. Tan sencillo, tan fácil, tan natural, tan bueno.