Dejen que antes de llegar al rábano, me ande un poco por las hojas; o sea: que primero les suelto un rollo. ¡A por ello!

La libertad, así a lo bestia y en abstracto, no tiene otros límites que los físicos o corpóreos. La libertad moral, sin embargo, se autoimpone los cauces de la conciencia, mientras que la libertad política o social está sometida a la ley, que la limita y que recoge los derechos y deberes de todos. Añadamos más teoría de la ESO: los derechos de unos, recogidos y garantizados por la ley, son siempre deberes para otros, teniendo en cuenta, eso sí, que en el juego social existe alteridad y reciprocidad. Yo qué sé: si alguien tiene reconocido el derecho a la educación, alguien tendrá el deber de educar; si alguien tiene el derecho a la información, alguien tendrá el deber de informar verazmente. Ya digo: yo qué sé. Vayamos ahora al rábano del sentido común.

La ley establece que en nuestro país o comunidad política existen dos lenguas oficiales y reconoce, y debería garantizar, el derecho a usarlas no sólo en lo privado y en la intimidad, algo que no puede evitar, sino en la oficialidad de lo público. Por tanto, es de sentido común que si uno tiene el derecho a utilizar el valenciano, otros, en el ejercicio público de su función, tienen el deber de saberlo o aprenderlo. Así que llegamos al final de la argumentación: la implantación del requisito lingüístico para el acceso a la función pública es algo razonable y, por tanto, conveniente.

Sin embargo, para algunos grandes defensores de la libertad primera, abstracta y a lo bestia, esta «imposición» es un ataque a su libertad, es decir, a su real gana soberana que pasa por la renuncia timorata de los demás, que por lo visto son inapetentes y no tienen ganas de nada. Para otros, vaya por dios, el requisito «rompe la igualdad de oportunidades», cuando lo cierto es a nadie se le niega la oportunidad de aprender.

Otros, no necesariamente distintos a los anteriores, piden que no sea una obligación, sino un «mérito», como el portugués o el esperanto, o como si fuera un mérito añadido que los médicos encargados de atender a pacientes valencianos en su territorio supieran algo de valenciano y medicina. En este alboroto de otros, los del PP a lo suyo: cavan trincheras y hacen recuentos de manos airadas y ven separatistas como el que se empeña en leer hacia atrás la conjura de los necios. Yo qué sé.

Ya en el colmo de la desfachatez, habiendo tanta hambre y violencia en el mundo, alguien, el señor Emigdio Tormo, se presenta como futura «víctima» de la ley, porque, siendo como es «un valenciano por los cuatro costados» (otros somos más poliédricos y menos cuadrados), tendría «vetado» ser funcionario porque no habla valenciano.

Yo qué sé, Emigdio víctima mía, si aprendiste inglés o francés para ser piloto y decir «mayday, mayday, mayday»,¿ qué te costaría aprender valenciano para ser funcionario y decir «què li passa a vosté?». ¿Eh?