La resurrección de Pedro Sánchez asusta a quienes se lanzaron a bailar sobre su tumba y ahora descubren que no estaba dentro. El miedo que inspira aquel que, ya despojado de todo, nada se arriesga a perder explica el placaje baronil al ex secretario general nada más poner sobre la mesa su programa para las primarias. Hay una sorprendida indignación entre los guías del partido, cuando lo que ahora pregona el redivivo sólo es un desarrollo argumental de las tesis básicas expuestas en su momento Évole. Incluso el viraje a la izquierda del líder fallido carece de originalidad y se alinea con el redireccionamiento de la socialdemocracia europea, a la que se acaban de incorporar los alemanes.

El efecto de esa contestación es que Sánchez impone su agenda en el debate interno y altera el ritmo cadencioso del calendario de la gestora, otra vez superada por los acontecimientos. A esa torpe beligerancia se suman incluso voces institucionales, como la del segundo de Javier Fernández en el Gobierno del Principado, quien, advirtiendo de antemano que no entra a confrontar con precandidatos, rebate, sin embargo, la posición del aspirante sobre financiación autonómica. Peligroso: cualquiera podría malinterpretar que el presidente de la dirección provisional del PSOE habla por boca de otro sin saltarse su obligado papel arbitral. Estamos ante una evidente pérdida del entorno, quizá porque fallaron las previsiones. Se equivocaron quienes, con prepotencia y sin asumir su corresponsabilidad en la quiebra interna, dieron el partido por pacificado. Como también erraron quienes interpretaron que el salto de Patxi López a la arena de las primarias hacía de Sánchez un candidato redundante y, por tanto, inútil. Por resituar el proceso, al margen de su trascendencia posterior, las primarias del PSOE atañen sólo a un censo, menguante, de menos de 190.000 militantes. Los desajustes orgánicos permiten que Sánchez pueda ganar las primarias y que no prospere ninguna de sus propuestas en el congreso posterior. En un encadenamiento de improbabilidades, excesivo incluso para esta época de lo improbable, podría imponerse en las primarias, conseguir que el partido asuma su programa y no tener luego una posición política que proporcione virtualidad a lo que ahora defiende. Sánchez está, en definitiva, todavía muy lejos de que se materialice algo de esa treintena de folios que ahora incendia el partido. Además el PSOE, desacompasado del mundo exterior o desbordado por la historia como ocurrió con la gran recesión, tiende a alumbrar planes muertos. Manuel Escudero, el padre del tan renombrado Programa 2000, del que ya cuesta acordarse, está ahora en el laboratorio teórico de Sánchez. Hay exceso de letra en un proceso que, en última instancia, se decidirá por el número de militantes socialistas que anida en ese 63 por ciento de encuestados que, en el último barómetro del CIS, califica de "mala" la oposición del PSOE.