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Cerovisión

Que conste que hoy vengo con los dedos sueltecitos, y el que avisa no es traidor. También recomiendo a los fans de Eurovisión que se abstengan de leer esta columna, previniendo indeseadas agresiones físicas contra mí.

Hace unos días, quedé alarmado por el revuelo que se armó con la dichosa elección de Manel Navarro para representarnos en tan magno acontecimiento musical, en detrimento de la inocente Mirela. Por supuesto, solo estaba al tanto de las noticias más escandalosas: que si era una injusticia, que si le habían querido pegar a uno de los miembros del jurado, etc.

Total que, en un incomprensible afán justiciero, busco en Youtube las canciones de estos dos artistas. Primero la ganadora: «Do it for your lover» («Hazlo por tu amante»), una baladita intrascendente cantada en inglés, nuestro idioma de toda la vida. Y me digo, esta canción no vale un pimiento, no tiene fuerza, ni garra, ni nada que me represente, pero para un largo viaje en ascensor no está mal. Luego escucho la finalista, «Contigo». Su elaborada letra me deja mudo: «los sueños al aire, los miedos al mar, lo volvemos a intentar, las penas al fuego, la playa en San Juan», y me hace pensar: esta es aún peor, normal que no ganara, ¿por qué tanto escándalo? Al escuchar las dos me asalta una duda: ¿cómo serían las otras competidoras? ¿Peores aún? Pero ya es demasiada investigación, y la pereza «eurovisionera» puede conmigo.

¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Cuándo se produjo esa catástrofe que desterró para siempre la buena música de la televisión? ¿Cuáles son los nombres de los maquiavélicos gestores que decidieron que nunca más llegara al gran público lo mejor de nuestros artistas? Supongo que todo empezó con «OT», o incluso antes. Ahora le siguen «La Voz», «Got Talent», y otros.

Tengo una joven amiga que dice que en los 80 y 90 la música era mejor. No sé si será verdad, lo que sí sé es que por aquel entonces al menos nos daban la oportunidad de conocerlos y disfrutarlos.

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