Este Día Internacional de la Mujer debería darnos un chute de compromiso social. Se trata de aumentar esa energía reivindicativa e ilustrada capaz de transformar el mundo patriarcal, machista y misógino en el que la mayoría de hombres gozan descarada e injustamente de su contrato privilegiado. No podemos mirar hacia otro lado: la desigualdad es asunto de todos. Quizá habría que plantearse aquellos implícitos que reproducen en los varones tantas desventajas y desigualdades. También nosotros, los varones, perdemos con la desigualdad, si bien apenas se percibe socialmente. Cuando algún dinosaurio concibe los feminismos como «asuntos de mujeres» ignora las ventajas, oportunidades y fortalezas que él mismo logrará si construimos un planeta igualitario, respirable, humano. Sirva como muestra esos valores que tradicionalmente se asocian a «lo masculino»: ambición, seguridad, fortaleza, lógica y no emotividad, asertividad... ¿Cuántos varones hemos sufrido una educación basada en esta falsedad ideológica? ¿Cuántos docentes han formado a su alumnado, generación tras generación, mediante estos estereotipos caducos, impositivos, autoritarios y rígidos? ¿Qué dosis de mal moral se desprende de tanta ignominia?

Queda mucho «por pensar». Esto es sumamente positivo, pues aquello no-pensado deviene horizonte de posibilidades. Por eso, aunque suene a tópico, cada segundo debiera convertirse en el Día de la Mujer. Me gustaría aportar alguna fugaz idea que contribuya a construir un mundo más igualitario, no sin antes animar a mis colegas varones a sumarse al feminismo, en tanto que único motor posible de cambio, crítica y alternativa. No hay otra salida: ¡hay que devenir feminista! Así de sencillo. O mejor: los no-feministas son fascistas y punto. De ahí esa hermosa idea de Amelia Valcárcel: «a quienes no les agrada el feminismo tampoco suele gustarles la democracia». También deseo reivindicar la construcción de nuevas masculinidades, otros modelos de vida que rompan con la imposición de valores, ideas, estereotipos y conductas asociadas por tradición a los varones. La construcción de una ficticia normalidad «varonil» genera una realidad muy dolorosa, a saber: chicos amargados, perseguidos y estigmatizados por un orden social tiránico y psicótico que los margina o expulsa del sistema patriarcal. Por no jugar a fútbol; por ser emotivos; por lo que sea, en síntesis, si quebrantan la norma de lo «machil».

Una última idea y sanseacabó. ¿Y si reivindicamos el ruido, la sororidad, la cacerolada y la rebeldía? Lo siento. No me gustan los minutos de silencio cuando asesinan a mujeres. ¿No ha habido y hay suficiente silencio a nuestro alrededor? Hombres que no dicen ni pío ante la violencia de género o calladitos ante las múltiples desigualdades. Los hay quienes abusan por mor de éstas. O que se burlan de las y los feministas. Docentes sin abordar la igualdad en el aula, como si fuera un asunto marginal o baladí. No más silencio cuando hagan presencia los chistes machistas. O cuando se juzga a la mujer por su falda, su cuerpo o su sola presencia. No más silencio si en las puertas de los ayuntamientos apenas acude ciudadanía, o transitan indiferentes ante la pose institucional. ¿Para qué tanto silencio? Prefiero combate, lucha, valentía y compromiso. ¡Nunca más silencio!