La cadena de temporales de precipitación, viento y oleaje de los últimos meses es una de las más notables de la historia reciente en la España mediterránea.

El último episodio, con el récord de precipitación en 24 horas para el mes de marzo en Alicante, es tema de debate en la calle, en el café de la mañana y en el ámbito de la meteorología, donde profesionales reconocidos como Ángel Rivera (eneltiempo-angelrivera.blogspot.com.es) y Daniel Santos Muñoz (El País, 15 de marzo) invitan a la reflexión para aportar explicaciones a la sociedad.

Como no puede ser de otra manera, las sospechas sobre el cambio climático surgen siempre tras este tipo de episodios, máxime cuando desde el pasado otoño el comportamiento atmosférico es reiteradamente violento a orillas del Mare Nostrum.

Además de estudios que aporten luz sobre cambios en el terreno meteorológico-climatológico. añado la acertada pregunta que hace un par de días formulaba en una red social mi colega José Sierra, periodista de Levante-EMV: «¿Y no invadir cauces?». La hacía a propósito de las iniciativas en la ribera baja del Ebro para ordenar el territorio y proteger las poblaciones afectadas por riadas.

No es ninguna licencia: además de la vigilancia y protección del clima a escala global, hay que frenar aquellos impactos que se deben a la invasión indiscriminada de zonas inundables, negligencias urbanísticas y, en general, a la práctica habitual seguida en España en el último medio siglo de construir y habitar lugares que son propiedad del agua.

Junto a cauces fluviales y también en puntos donde se han dado licencias en cotas inferiores al nivel del mar a escasos metros de la línea de costa. Frenar las emisiones de gases de efecto invernadero y un urbanismo responsable con los riesgos climáticos son perfectamente compatibles y deben ir de la mano.