Desde los tiempos del Marqués de Campo (1814-1889), librepensador, excéntrico, capitalista, alcalde memorable, editor de prensa, misántropo e introductor del ferrocarril en la Comunitat Valenciana y en España, el ferrocarril, sus infraestructuras y los negocios adheridos, han sido asunto político de alto nivel en su concepción, en su trazado y en su explotación. Como un torrente ha irrumpido la avalancha de artículos, informes, argumentos y opiniones sobre las bondades ferroviarias del Corredor Mediterráneo. Las vías de tren son sugestivas. La vía estrecha, el ancho europeo, la condena del ancho español, los intercambiadores y los túneles transpirenaicos. Los valencianos no tenemos suerte con los trazados ferroviarios. El «trenet» de Carcaixent a Dénia, el maldito Gandia-Dénia, el maltrecho Dénia-Alicante y el imposible València-Alicante por la costa, que tantos quebraderos de cabeza hubiera evitado. No formaba parte de programa de los partidos políticos centralistas con responsabilidad de gobierno. Se impuso la moda de construir primero la estación y los pasos elevados, sin tener claro donde se ponía la vía. En territorio español hay muchas estaciones sin tren y otras que lo perdieron por el camino.

València, «cap i casal», malvive con apeadero sin climatizar, al que llaman «Joaquín Sorolla». Los valencianos nos resignamos con el nombre rimbombante de las cosas, aunque responda a una sangrante tomadura de pelo. Al alcalde de València, Joan Ribó, han intentado colarle desde el gobierno Rajoy el trueque de la estación ferroviaria proyectada por otra de pacotilla con la excusa de que no hay dinero. Sobre estos asuntos no hay denuncias de los escribidores. No interesan ni a Federico Félix, presidente de Pro-AVE ni al secretario autonómico de Infraestructuras, Josep Vicent Boira. Están absortos en mejorar la competitividad de las empresas. Primero actuaron, en plan aquí estamos los del dinero en La Encina, después en Tarragona y finalmente han aterrizado en Murcia. Los temas surgen a borbotones y van desde el corredor, el tercer hilo, el AVE que vertebre la Comunitat Valenciana, la conexión estratégica a la frontera francesa, el Eje Mediterráneo, los círculos periféricos, las fuerzas centrípetas y centrífugas o el mal sueño de las de promesas quebrantadas.

El problema de las dificultades ferroviarias de la Comunitat Valenciana es político. De decisión política. El asunto del Arco Mediterráneo comenzó a formularse en la década de los 90 promovido por las Cámaras de Comercio. Presidía la Cámara de Comercio de Valencia, José Enrique Silla Criado. Comenzó a establecer las alianzas necesarias con las Cámaras de Comercio catalanas, con las de Baleares, con Murcia y Almería. En 1967 se iniciaron los encuentros -promovidos los las Cámaras de Valencia y Barcelona- de cooperación entre las corporaciones valencianas, catalanas, de Baleares, Murcia y Aragón, incorporada en 1973. Se publicó un estudio documentado avalado por expertos donde se demostró que si tenía sentido un tren de alta velocidad rentable en la Península, éste era el que recorriera el litoral mediterráneo desde Almería a Francia. Hoy tenemos la red de Alta Velocidad más extensa de Europa y la segunda del mundo detrás de los chinos. La conexión de la Comunitat Valenciana con la frontera francesa, es una entelequia -ni con velocidad alta a 200 km/h- peor que en los albores del siglo XXI.

El problema es político. El Partido Popular ha dejado muy claro que mientras Catalunya se mantenga en su escalada soberanista no habrá ningún avance en su conexión con la Comunitat Valenciana. Si la solución que se pretende es confiar en los compromisos gubernamentales del PP, la respuesta inoportuna, pero sincera, se le escapó al ministro de Justicia, Rafael Catalá, cuando afirmó que el corredor ferroviario mediterráneo no es la panacea en rentabilidad. En ese aspecto hasta Gregorio Martín puede coincidir con él, pero de financiación, silencio. De inversiones del Estado en la CV, silencio. De homologación fiscal en todas las autonomías, silencio. De la deuda histórica, silencio. De que en España todos los ciudadanos deberíamos ser iguales, tener idénticos servicios y pagar lo mismo, silencio. De que la Comunitat Valenciana es autonomía invisible e ignorada, silencio.

Los agravios que sufren los valencianos no los resolverán los empresarios sino los ciudadanos con sus votos cuando logren potencia política. Si pretenden conseguir que el PP atienda las reivindicaciones con visitas ministeriales y pactos secretos de docilidad y sumisión, hasta el novel ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, sabe que se los camela para incumplir. Martín Domínguez Barberá decía que en València hay una campana neumática de cristal que impide afrontar los asuntos autóctonos con eficacia. Y añadía que «no estaría de más una noble pedrada contra ese cristal» que nos distancia de la cruda realidad de los hechos.