Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un aviso, un amigo y un alivio

Este revoltijo de cosas que nos desconcierta y asusta desde que el idiota malo conquistó la Casa Blanca, ha sufrido de golpe un parón en Holanda. Antes siempre nos quedaba el presidente de Estados Unidos. Bueno o malo, bien intencionado o patoso, jugaba sus cartas un poco más a la derecha, un poco más a la izquierda, era vilipendiado por amigos y enemigos, pero hacía las cosas que le pedía su enorme nación con el convencimiento de ser un país preeminente. Y además, líder del mundo mundial. Ya no.

2017 arrancó con un aviso preocupante: había sido elegido Trump, confirmación de que el populismo era recomendable en un mundo en crisis. Era preciso encerrarse detrás de las fronteras, rechazar al extranjero y proteger los productos propios. Paren las máquinas: el mundo se compartimentaba, las amistades no valían y el sufrimiento de los demás era el sufrimiento de los demás. A quién puede importarle.

¿El mundo descubría de pronto el populismo? Claro que no: descubría los efectos deletéreos del populismo en el país más grande y con mayor capacidad de dañar al prójimo. Atención, nos decían: el populismo ha llegado y se va a extender por el mundo como una mancha de aceite. Es Estados Unidos, será Holanda y Francia e Italia y Hungría y Polonia? Nos vienen mal dadas a los demócratas y a los liberales.

Como si nunca hubiera habido demagogos, derrotados al final. Es posible que no lo recuerde, amigo lector, pero después de la II Guerra Mundial, surgió en Francia un deslenguado que se llamaba Poujade y que decía que había que suprimir los impuestos; casi consiguió que lo eligieran. En Italia, Berlusconi fue malo pero peor aun el que lo desensilló, un cómico de televisión sin ideología llamado Beppe Grillo (siempre ha habido cómicos entre los candidatos al poder) que con su movimiento 5 Stelle tiene paralizado al país. En Francia, Le Pen y su hija están en la extrema derecha y quieren sacar al país de la UE. En Gran Bretaña, Nick Farage y su UKIP han armado la que han armado con el Brexit a base de mentir y convencer a su pueblo con engañosas promesas.

Bueno, parecía que todo estaba preparado. Los aliados de Trump en Holanda, en Francia, en Alemania (ya están en Hungría y en Polonia) iban a arrasar. ¿En Holanda, el país más progresivo, más abierto, más libre de Europa? No señor. Ahí se detiene la ola populista. ¿En Francia, el país de la igualdad y de la fraternidad? No señor: muchos son partidarios de Le Pen, pero a la hora de la verdad todos se juntan para evitar su llegada al poder.

Aviso, bueno, pero no nos alarmemos innecesariamente.

Alivio. Es cierto que lo ha sido la victoria de Rutte en Holanda. Yo me la esperaba (a tiro pasado cualquiera lo adivina), pero no es eso lo que me importa ahora. Es que hayamos derrotado por un breve instante a la tecnología, a los ordenadores, a las vigilancias por las ondas del firmamento, a Assange, a Putin y sus traiciones. A mí al menos, como ciudadano de edad avanzada, me ha confortado que en los Países Bajos hayan decidido hacer el recuento de votos a mano. ¡A mano! Papeleta por papeleta para evitar interferencias de twitters, de instagram y de hackers. Por una vez, esta victoria pírrica nos confirma que el alma del género humano sigue estando más cerca de los filósofos griegos y de los matemáticos chinos que del planeta Marte. Poca cosa, pero tan reconfortante?

Y un amigo. Hace pocos días, por una tontería con las que se alarma todo el mundo y le mandan a uno a urgencias a que le confirmen que no le pasa nada, me encontraba en un cubículo esperando a que me sacaran el consabido bote de sangre. Estaba naturalmente en calzoncillos, un atuendo que considero poco digno. Y de pronto, para mi sorpresa, asomó por la puerta mi compañero de página de los domingos. Somos muy buenos amigos y siempre nos prometemos comer juntos; José Carlos hasta me ha presentado una novela. Pero nos vemos poco, de modo que somos amigos de corazón más que de jugar al tenis y comer arroz.

Pidió permiso para colarse brevemente y sin dirigir la mirada a los calzoncillos, cosa que agradecí, me preguntó cómo estaba. Le contesté que frustrado por no poder escribir y me recordó que los escritores vivimos para escribir, lo llevamos en la sangre y por eso nos late el corazón. Y luego me preguntó qué escribía en este momento; le contesté que una novela que me divertía sobremanera. Y exclamó: «¿ves? Llevas la sonrisa del escritor en la cara. No te pasa nada. Estás vivo». Un amigo.

Compartir el artículo

stats