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Javier Cuervo

Valses en San Petersburgo

Encuentro una nota que escribí hace más de un año: «Imaginar un mundo en el que manden a un tiempo Donald Trump y Vladimir Putin es una pesadilla. Menos mal que Berlusconi está en casa, cenando sopa de Viagra». Berlusconi estaba en la nota por la proximidad patanesca de su personalidad a la de Trump, pero no tiene ninguna relevancia. Ahora mismo, la xenófoba Liga Norte y el antiestablishment Movimiento Cinco Estrellas -que suman el 40% de la intención de voto- quieren bailar con Putin en las próximas elecciones italianas y el presidente de la Federación Rusa les ha concedido un vals peterburgués.

Vladimir Putin -responsable de un crecimiento económico increíble en Rusia- era para Occidente un siniestro podador de las libertades democráticas que manejaba el guiñol oscuro de los servicios secretos con técnicas de envenenador de última generación. Ahora es amigo de la administración estadounidense de Donald Trump y responsable, en algún grado, de su victoria. Eso dinamita cuanto creíamos de los relatos populares estadounidenses. Hace un año una relación así habría sido la petición de entrada de EE UU en el eje del mal pero ahora los escolares que crecieron bajo los pupitres en el simulacro de bombardeo soviético respaldan al amigo de Putin.

El divorcio de Trump de la Europa Occidental para irse con su amante rusa da una presencia internacional a Vladimir Putin que no había tenido nunca y que es equivalente a la del crecimiento económico que logró a principios de siglo. El escritor Norman Mailer acuñó en un título la frase «Los tipos duros no bailan». Eso era antes. Putin saca a bailar al presidente de Turquía, Erdogan (aspirante a socio de la UE y guardián de las fronteras de la avalancha de refugiados) después de ocupar el centro de la pista con el criminal presidente sirio Bashar Al-Asad. Putin no quiere perder una sola pieza.

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