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Jorge Dezcallar

Las otras víctimas

Con las otras víctimas no me refiero a las ocasionadas por las guerras o los desastres naturales, que también lo son, sino a las provocadas por el cambio de ciclo que vive el mundo y la confusión que esto produce. Hablo de valores, de instrumentos, de principios. El orden geopolítico instaurado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y basado en el Consenso de Washington (democracia liberal y economía de mercado) ha entrado en crisis ante los embates de la globalización, el populismo y el ascenso a la escena internacional de nuevos actores con diferentes culturas y tradiciones. Se avecinan tiempos revueltos que ya están causando las primeras víctimas.

El Derecho Internacional. Los tres principales dirigentes del mundo son nacionalistas y como tales más viscerales que racionales y expansivos, necesitan «espacio vital» (piensen en los modestos Països Catalans). El Derecho Internacional les molesta porque es la garantía de los más débiles y lo ignoran. Putin se anexiona Crimea como primer paso para recuperar el peso que un día tuvo la URSS y hacerse con una zona de influencia en Europa central. Xi Jinping busca expandir sus fronteras para apropiarse de las riquezas submarinas en el Mar del Sur de China, donde construye islas artificiales violando los derechos de otros países vecinos. Y Trump se ha convertido en un matón de barrio que abusa toscamente de México, su vecino del sur. Las tensiones entre ellos serán inevitables, el proteccionismo crecerá y se debilitarán las instituciones internacionales de gestión de crisis. Son malas noticias.

La verdad. Me asustan quienes afirman sin sombra de duda que están en posesión de ella, porque son fuente de dogmatismos, de intransigencias y de todas sus malas consecuencias. Pero 2016 alumbró un término muy preocupante, la posverdad, la mentira consciente que trata de hacerse pasar por verdad para obtener réditos de algún tipo. Como cuando Trump afirmaba (sin despeinarse) que Obama no había nacido en Estados Unidos, o cuando acusaba a Hillary Clinton de tener participación en una red de pedofilia mentía y lo sabía muy bien, sin que eso le disuadiera de difundir esas falsedades para dañar al adversario político. Una funcionaria de prensa de la Casa Blanca se estrenó en el cargo llamando a esas mentiras «hechos alternativos» como afirmar, sin el menor rubor, que a la toma de posesión de Trump asistió más público que a la de Obama (cosa que desmienten las fotografías). También Stalin borraba de las fotografías a quiénes caían en desgracia y en 1984, la novela de Orwell, existe el Ministerio de la Verdad, encargado de decidir lo que lo es y lo que no. Hoy los periódicos, las televisiones y las redes sociales se plantean si pueden difundir noticias que saben que no son ciertas y cuáles son los límites entre el deber de informar y el derecho del público a no ser engañado por los medios, que en EE UU tienen a gala diferenciar con nitidez lo que es opinión (que es libre) de lo que es información (que debe ser veraz y contrastada). La desinformación consciente, que era antes arma de guerra (Lao Tzú), ahora lo es también en tiempos de paz.

El sentido común. Nunca fue muy abundante pero ahora parece habernos abandonado por completo. Los americanos, ciudadanos del país más poderoso, eligen aislarse detrás de muros proteccionistas a pesar de que tienen intereses e inversiones por todo el mundo. Es lo que se llama pegarse un tiro en el pie. Por su parte, los británicos han votado en referéndum abandonar Europa, un mercado de 500 millones de habitantes al que dirigen el 12 % de sus exportaciones totales, cuando ya no tienen detrás un imperio que los mantenga y cuando los norteamericanos, sus aliados tradicionales, están en proceso de ensimismamiento y se cierran sobre sí mismos. Por su parte Rusia, en vez de integrarse armoniosamente en la geopolítica mundial, busca el enfrentamiento y paga por ello un grave precio en forma de sanciones que dañan gravemente a una población y a una economía ya muy debilitada por el bajo precio del petróleo. Sin necesidad de hablar de Venezuela, donde los sinsentidos baten récords mundiales. Y mientras esto sucede, los chinos sorprenden al mundo en la conferencia de Davos enarbolando la bandera del libre mercado y de la globalización... de puertas para afuera. El mundo al revés.

La democracia. Pierde terreno en un mundo de incertidumbre y miedo, donde la gente busca la engañosa seguridad que ofrecen los líderes autoritarios o las simplonas soluciones de los populistas, para sorpresa de muchos incautos que las compran. Hay una lógica en preferir comer antes que votar, pero es una disyuntiva falsa y hasta el papa Francisco se ha sentido obligado a prevenir contra los autoritarismos en una entrevista reciente. Según el último informe de Freedom House, la democracia ha empeorado en 67 de los 195 países del mundo y cita como ejemplos más próximos a Turquía, Rusia, Hungría y Polonia. El binomio democracia liberal / economía de mercado está en discusión en muchos lugares como resultado de la crisis económica de 2008 y de las consecuencias adversas de la globalización, y aunque el golpe de estado militar está afortunadamente desprestigiado hoy, los líderes autoritarios llegan al poder por las urnas y luego se afirman en él coartando las libertades de sus conciudadanos. En 1988, los regímenes personalistas en los que el poder está concentrado en unas solas manos y no en un partido o en una junta militar, constituían el 23 % de todas las dictaduras y hoy, treinta años más tarde, son el 40 %. Otros ni siquiera se molestan en hacer elecciones, como Corea del Norte o China. Que el presidente de los EE UU denigre a los medios de comunicación y a los jueces e insulte a quién le critique es muy preocupante porque cuando los controles democráticos se debilitan se puede acabar embarcando al país (o al mundo) en aventuras y conflictos con graves consecuencias.

La lucha contra el calentamiento global. Tras el fracaso de la conferencia de Copenhague, la de París fue un éxito porque parecía que el mundo se tomaba por fin en serio el problema más grave que tiene la humanidad. Un problema que nos ha costado casi 400.000 millones de euros en los últimos años y que puede hacer el planeta inhabitable antes de lo que pensamos por poner en juego el ecosistema que nos mantiene. A muy corto plazo, por ejemplo, pone en peligro la supervivencia de lugares como las islas Andamán, en el golfo de Bengala, que solo sobresalen un metro sobre el nivel del mar y tienen altísima concentración humana. El deshielo polar puede cubrirlas de agua, al igual que otras muchas zonas costeras. Donald Trump no cree en el cambio climático y eso es grave, dice que son historias sin fundamento y quiere retirar a EE UU del Tratado de París y dejar de pagar a la ONU para luchar contra este problema. Y si EE UU no colabora, poco haremos los demás porque ellos son, con China, los mayores contaminadores mundiales. Trump cree que los ecologistas están «sobrevaluados» y que no hay que permitir que consideraciones medioambientales frenen el progreso, y en esto no se diferencia de países tercermundistas que piensan que su desarrollo exige contaminar como antes hicieron los del primer mundo y que no es justo exigirles a ellos lo que otros no hicieron. Y así, unos por otros, podemos ir todos derechos al desastre.

Los valores. La corrupción no es nueva, existía en el imperio romano y sospecho que antes también. Ahora la ONG Transparencia Internacional dice que aumenta. Los países menos corruptos del mundo son Nueva Zelanda y Dinamarca y el más corrupto parece ser Somalia, que ya es generoso llamarle estado. España ocupa el número 41 entre 176 países, que no es para tirar cohetes (Francia es el 23 y Portugal el 29) y eso exige bastante más compromiso social y político por parte de todos para mejorar las cosas. También es preocupante el aparente entusiasmo del nuevo presidente norteamericano por la tortura, que le parece un método eficaz en el que afirma creer, aunque magnánimamente acepta seguir en este asunto los consejos de su equipo militar y de seguridad. Ni una palabra sobre su moralidad, hasta el punto de que un documento que circula por Washington plantea reabrir los llamados black sites, prisiones clandestinas en terceros países donde la tortura es habitual y donde la CIA podría interrogar a sospechosos lejos de las leyes que rigen en los países civilizados. También la prisión de Guantánamo, donde se detiene indefinidamente a sospechosos sin juicio, se mantendrá abierta.

La voluntad popular. Todos los sistemas electorales la distorsionan de alguna forma y así, en España, los nacionalismos periféricos obtienen más diputados que Izquierda Unida, que saca varias veces más votos que ellos, algo que se solucionaría con un Senado/cámara de representación territorial. Y también en todas partes los partidos en el poder han procurado beneficiarse con lo que en Francia llaman découpage electoral y en EE UU gerrymandering, que consiste en dar más representación a las zonas donde tienen mayor caladero de votos. La novedad ahora son las interferencias de terceros países en los procesos electorales gracias a la seguridad y el anonimato que ofrecen los métodos cibernéticos. Mala noticia. Si antes los norteamericanos hacían pucherazos en América Latina y otros lugares, hoy los rusos han apoyado a Trump en perjuicio de Clinton (sin que se pueda calibrar el alcance y consecuencias de dicha ayuda), y pueden tratar de perjudicar a Merkel en las próximas elecciones de Alemania, o aupar a Le Pen en las de Francia. Porque a Rusia le conviene todo lo que siembre desconfianza en la democracia y haga daño a la Unión Europea. Y lo hacen financiando a partidos populistas, fomentando manifestaciones espontáneas, desacreditando a personas e ideas con falsedades... Debemos protegernos ante la desinformación que nos acecha.

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