He leído con cariño e interés el artículo «Que 20 años no es nada» (Levante-EMV - 18/3/2017) firmado por Ximo Rovira, a quien admiro y siempre querré aunque sólo fuera porque nadie como él ha practicado el género de la entrevista con tanto respeto. Su carácter tierno, cercano y nada patriarcal impregna de un halo especial todo cuanto le rodea. Como bien recuerda en su escrito, «Tómbola» fue el inicio de un ciclo que todavía perdura y también un género en sí mismo, la escuela de muchos, la otra escuela, distinta a la que gente como yo entonces iba a aprender los rollos de ESO y Bachillerato. Me confieso en público. Hago un haraquiri, lo sé. He sido fiel espectador de «Tómbola» y me asombra que sea el propio Ximo Rovira -que siempre será acusado de juez y parte- quien nos recuerde el alto valor nutricional, televisivo, económico y emocional de un programa que nos divertía a tantos millones de espectadores. No entiendo tanto «lobby» cultural persiguiendo y apuntando en el dedo a formatos como «Tómbola», en donde coexistían risas, llanto, cachondeo, trola, verdad, surrealismo, ficción, realidad y tanta diversidad cuanto quepa en el gran saco de la vida. Una parte del sistema cultural dominante insiste en que nosotros, los espectadores de «Tómbola», consumimos «telebasura». Nos tratan como a menores de edad, se ríen de nosotros, les molestamos. Pero el arriba firmante, no muy dado a exponer su currículo personal (disponible para quien lo desee), no se considera en ningún momento menos sabio, ni menos ciudadano, por disfrutar, divertirse y evadirse con programas como «Tómbola».

La vida tiene mucho de «Tómbola», y en mi caso, allí conocí -plasma mediante- a un nutrido de mis mejores amigos de hoy. Uno puede pasarse el día leyendo a Cioran, sépanlo, y luego cenar o tomar una birra en la «Tómbola». Tampoco sé si los detractores del programa -ahora que celebramos 20 años del gran fenómeno mediático- consideran su inteligencia por encima de la nuestra, o la de sus invitados. ¿De quiénes? Podríamos hacer un largo listado de artistas, actrices, productores o periodistas que pasaron por su sofá y configuran parte del patrimonio cultural nacional. Aquí un ejemplo con maldad y alevosía: Karmele Marchante fue líder de la contracultura de los 70, feminista de bandera y referente en revistas progresistas como «Ajoblanco». A mí «Tómbola», como la vida, me pone. Sin fariseísmos ni puritanismos culturales propios de inquisidores formados en las parroquias universitarias. Me despido rememorando esa noche en que acudieron a plató Nacha Guevara, Massiel y Carmen Flores, nuestra entrañable Carmen, ¿recuerdas, Ximo? A ver quién niega la cultura, la energía, la tómbola, el arte y la felicidad que desprenden estas instituciones de la vida. Somos muchos, Ximo, quienes sabemos que la buena vida es «Tómbola».