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La casa parda

El alegrón general por los resultados de las elecciones holandesas -que he visto reflejado en docenas de artículos- se parece al consuelo de un enfermo terminal que ha pasado una buena noche. Los fascistas de Geert Wilders, como recordaba Ana I. López en Levante-EMV, amplían su base electoral y ganan cinco escaños, los liberales pierden cinco (probablemente los mismos que ganan los xenófobos), la socialdemocracia sale machacada (lo mismo que aquí y que en todas partes) y el crecimiento de los verdes es un leve consuelo: lo dicho, una mejoría en un proceso letal.

Holanda no puede evitar ser tan pequeña mientras que en Francia, Polonia, Alemania, Gran Bretaña o EE UU -mucho mayores- se mueven con absoluta impunidad los supremacistas blancos, los teóricos de la raza superior, el espíritu retráctil y desconfiado y el cierre de mentes y fronteras. O el tufo a cirio nacionalcatólico. Incluso en Holanda estarán en el parlamento un partido musulmán, reactivo (y probablemente reaccionario) y unos rigoristas de la Biblia, que no suenan nada bien. El corrimiento de los socialistas hacia posiciones liberales les ha dado a los liberales la excusa perfecta para ir más a la derecha hasta coquetear con el simple fascismo, más o menos postmoderno, no se llevan ni las guerreras ni el paso de la oca. Tampoco el PP español se ve libre de la tendencia y, de vez en cuando, predican la peligrosidad intrínseca de los inmigrantes pobres. Justo es decir que los democristianos alemanes aguantan mucho mejor la tentación y han erigido un bastión de dignidad que ampara a los refugiados.

Sólo los socialdemócratas (refundados) pueden y deben defender las opciones que la extrema derecha ha usurpado: atención a los menos favorecidos, cohesión social, educación y sanidad públicas. Integración. Y con más Europa, no con menos. Y con menos aventuras imperiales y más ejército propio (europeo). Lo de menos es saber si la caspa parda tiene o no la intención de cumplir con sus promesas. La clave es que las hace porque conoce su atractivo, aunque no le pertenezcan. A cada cual, su sitio.

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