Son muchos los retos que afrontamos los graduados sociales en los tiempos actuales. Estoy convenida que estamos hechos de una pasta especial. Me atrevo a decir que nuestro nivel de exigencia y profesionalidad es inmensamente mayor que el de cualquier otra profesión jurídica, tanto a nivel de conocimientos como de plazos y resultados, con el obstáculo añadido de que nuestro trabajo requiere un día a día adaptado a las nuevas necesidades que la sociedad y la Administración demandan a velocidades en ocasiones endiabladas.

La gestión vive en continuo cambio, lo que hace que el nivel de atención al trabajo técnico sea máximo. Pensemos por ejemplo en las miles y miles de notificaciones que preparamos cada día. No en vano, es la vida de una empresa trasladado a una persona, que debe hacer de interlocutor entre la empresa y la Administración. Todo ese engranaje entre ambos recae en la figura del graduado social.

Las áreas de trabajo en las que intervenimos pueden sintetizarse básicamente en dos: gestión y asesoramiento en relaciones laborales, tanto individuales como colectivas (contratación, despidos, recursos humanos, expedientes de regulación de empleo, negociación de convenios colectivos, seguros sociales...), y representación procesal y defensa ante los tribunales laborales. A las que cabría añadir el asesoramiento a organizaciones sindicales y empresariales y a sus afiliados.

En un entorno como el actual de cambios fulgurantes, tanto a nivel tecnológico como normativo, donde aparece la globalización y por tanto la internacionalización, el perfil del graduado social es clave para el desempeño y la especialización de nuestra profesión.

Otro de los retos que debemos dar solución tiene que ver con la imagen un tanto difusa que proyectamos como colectivo. En este sentido, debemos darle valor a nuestra profesión, pues el graduado social es en último término quien organiza la empresa de cara al exterior. El solapamiento de profesiones afines hace que no esté muy clara nuestra función de cara a la opinión pública. Somos quienes gestionamos el principal activo de cualquier empresa, las relaciones laborales. Y sin embargo, muchas veces somos los grandes desconocidos. El abogado, por ejemplo, cuenta con un reconocimiento público que se ha ganado también al contar con un camino mucho más largo.

Es necesario también reforzar la insuficiente carga jurídica que presentan los planes de estudios de Relaciones Laborales. Para intervenir en los Juzgados de lo Social con las máximas garantías, se hace necesario contar con una preparación más amplia, mejorada.

Por último, pero no por ello menos importante, todos los graduados sociales debemos ser conscientes de la importancia de aplicar y respetar el Código Deontológico. Algo que no siempre ocurre, desgraciadamente, y que en otras profesiones se respeta mucho, salvo honrosas excepciones. Hay que dar mayor visibilidad a nuestro código deontológico, utilizarlo y respetarlo. Esto es básico. Debemos exigir su cumplimiento para tratar de conseguir el respeto necesario entre compañeros. A nivel de planes de estudio, muchos pensamos que la deontología profesional debería incluso ser una asignatura si no troncal, al menos opcional.