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La borrosa marca socialdemócrata

Susana Díaz se lo ha pensado desde que defenestró a Pedro Sánchez, pero al fin decide optar en primarias a la secretaría general del PSOE. Lo hará oficial el día 26 en Madrid, buscando un baño de masas de corte populista cuyo coste deberá pagar, si el partido es imparcial. Razones ha tenido para cavilar tan largamente. El defenestrado atrae hasta ahora la mayor tendencia de voto en sondeos que incluyen a la lideresa andaluza y al vasco Patxi López, defensores ambos de la abstención que dio a Mariano Rajoy la presidencia del Gobierno. Este hecho es la clave que les diferencia de Sánchez, con el riesgo de que su concepción del partido, y del socialismo, sea invalidada por las bases. En tal caso, harán el ridículo.

La pregunta es qué piensa vender Susana Díaz para invertir los sondeos a su favor. Ni siquiera cuenta con la adhesión de todos los socialistas andaluces, como demuestran los éxitos en su feudo de los mitines de Sánchez. La necesidad de estabilizar el país facilitando el gobierno de la derecha ha sido motivo, pretexto y coartada para legitimar la abstención, no solo en su discurso, sino en el de la mayor parte de la antigua dirección del PSOE, el de la gestora y el de casi todos los barones territoriales. Esa motivación del aparato, que no de la militancia, podría estar «muerta de tanto usarla», puesto que no ha neutralizado a Sánchez en la carrera hasta las primarias.

Ojalá que la seriedad y el equilibrio pretendidos hasta hoy por la gestora no truequen en trapicheos ventajistas sobre el derecho y el sistema de voto en primarias. El socialismo español se está jugando algo más que el acierto en el candidato capaz de remontar la caida en todas las elecciones recientes. El batacazo de los socialdemócratas holandeses en las urnas de hace pocos días, unido a la debilidad de los franceses, el referéndum perdido en Italia, el castigo en Grecia o la vida incógnita de los alemanas en la gran coalición que titulariza Angela Merkel, señalizan la decadencia de una ideología histórica que necesita aggiornarse y, sobre todo, restaurar su identidad en el marco europeo.

En España, la abstención pro-Rajoy ha provocado un proceso desnaturalizador en el que los perfiles socialistas se hacen más borrosos cada día. A Sánchez le dieron por muerto no solo sus correligionarios orgánicos, sino la gran mayoría de los adversarios y los medios de comunicación. Pero ahí está, liderando tendencias en las bases. El «no es no» a la derecha es ahora un «sí es sí» a un gobierno de izquierda y, en el fondo, es el «Pedro es Pedro» del que nunca dimitió. Es decir, un socialista a quien colgaron el declive del partido como chivo expiatorio, y que es tenaz en la certeza de que el remonte de su ideología no está en la contemporización equívoca, sino en la verificación ante todo el país de un socialismo-socialista, genuino, ilusionante y fiable. Estaría bueno que una democracia segura se arrugase ante la hipótesis de una coalición de izquierda en el Gobierno.

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