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La nueva guerra fría

La sombra rusa se cierne sobre Occidente. En Suecia, la clase política debate acerca de la conveniencia de ingresar en la OTAN ante la creciente influencia de Rusia en el Báltico. Alemania ha decidido incrementar su gasto militar para modernizar su ejército y hacerlo más operativo. La presión de Moscú llega desde el este -en Ucrania, por ejemplo-, pero sobre todo adquiere un formato más indirecto de guerra fría. Consiste en utilizar las nuevas tecnologías para generar desconfianza social e incitar las retóricas antisistema. Detrás de las campañas de apoyo a los nuevos candidatos de la ultraderecha europea -de Marine Le Pen a Geert Wilders- ¿podrían estar los servicios de espionaje del Kremlin? ¿Qué papel jugaron las webs rusas en el referéndum escocés? La lógica resulta sencilla: el apoyo a partidos antisistema -o a la ruptura de Estados- debilita la Unión Europea, el euro y el proyecto de integración comunitaria. Y, por ende, nuestros valores democráticos. Esa misma estrategia es la que hace pensar que un continente más desunido forzosamente evolucionaría de un modo distinto, más apegado a la geografía tradicional de los imperios: un centro de signo alemán, el Atlántico mirando hacia América, el este dependiente de la influencia de Moscú y el Mediterráneo atento al sur, interesado en África. La nueva guerra fría se plantea como el descrédito de nuestras instituciones, nuestros valores y nuestra democracia.

La última noticia llega desde Washington y tiene que ver con unas declaraciones del director del FBI. ¿Qué papel desempeñaron los servicios de inteligencia del Kremlin en el resultado de las pasadas elecciones americanas? ¿Colaboraron Trump y Putin a la hora de desestabilizar la campaña de Hillary Clinton?. «Indagamos si hubo coordinación y si se cometió delito», fueron las palabras de James Comey, alertando de que hay una investigación en marcha. De confirmarse, se trataría de algo inaudito en la historia política de Estados Unidos y obligaría seguramente a plantear un impeachment. La publicación de noticias falsas, la agitación continua en las redes sociales, las filtraciones interesadas, las mentiras y las calumnias forman parte de este juego infernal. Trabajo de espías, se diría.

Instalados en la posverdad, el futuro inmediato del trumpismo depende de las conclusiones de una investigación del FBI. Trump difícilmente sobreviviría a una acusación en firme que vinculase su campaña con el espionaje ruso. Pero más allá del caso concreto, la noticia clave es el retorno de la guerra fría. O, al menos, de una variante de la misma, favorecida por la influencia creciente de los hackers, capaces de penetrar en las terminales más secretas del poder. La guerra de la inteligencia se juega en el ciberespacio y en la desorientación de la ciudadanía. Lo cual prueba la necesidad imperiosa de una información pública de calidad e independiente. Y también de huir de los experimentos políticos que se alimentan o bien de un dramatismo excesivo o bien de una utopía sin matices. A los poderes no democráticos les interesa un Occidente debilitado, receloso y a la defensiva. Frente a la Europa optimista que surgió después de la caída del Muro de Berlín, en el nuevo orden mundial abundan las propuestas populistas y las retóricas antidemocráticas.

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