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Susana juega al negro y Sánchez, al rojo

Tres son los escenarios en los que se juega el futuro de España y no cuento la autodeterminación catalana. El primero es global, y tiene que ver con la construcción de un nuevo orden en el mundo, desconocido. El segundo se concentró ayer en Roma, donde los jefes de Gobierno de la Unión Europea se reunieron para celebrar el 60 cumpleaños del tratado europeo justo cuando el proyecto unionista pasa por su más profunda crisis, lo cual, por cierto, está siendo aprovechado por Mariano Rajoy para colarse en el núcleo duro continental tras la espantada británica. El líder conservador español prometerá todas las adhesiones necesarias de nuestro país a cambio de una política clara en las cancillerías europeas contraria a las aventuras independentistas de las regiones irredentas.

El último de los escenarios está en Madrid, hoy mismo, donde Susana Díaz oficializará lo que se barruntaba hace mese: su candidatura a la Secretaría General del PSOE en lid con los otros dos aspirantes, Pedro Sánchez y Patxi López. Lo que finalmente acontezca en el congreso federal de los socialistas es trascendental tanto para la suerte del Gobierno de Rajoy, como para las futuras elecciones en nuestro país y, lo que es más importante si cabe, para el destino de la socialdemocracia y de la izquierda. Estamos, pues, delante de una jugada a tres carambolas.

La lideresa andaluza sale hoy al ruedo arropada por la historia del partido, de González y Guerra a Zapatero y Rubalcaba, dos medias de éxito para el PSOE, la formación con más años de gobierno nacional en lo que va de régimen democrático, el del 78. Con Susana estará el alfa y el omega del socialismo español, los pesos pesados, los jarrones chinos, la fontanería, la gobernación y la transición, los que enterraron el marxismo y los que superaron las heridas de la guerra, incluyendo las abiertas en el seno de su propio partido.

En el polo opuesto se alza Sánchez dado que López no cuenta, compite como liebre aunque no se sabe muy bien de quién o para quién. Sánchez proviene del limbo político -la retórica- nunca se le ha visto frente a un problema real de gobierno. Apenas cuenta con dirigentes de postín, pero sabe cómo soliviantar a sus enemigos y enardecer a la militancia, y el PSOE es un partido en estado de permanente dicotomía: por un lado, gobierna desde la prudencia y procurando reformas que no socaven los fundamentos del sistema, por otro, alimenta una estética y simbología izquierdista con la que recluta personal para los quehaceres domésticos en sus agrupaciones. El gobernante socialista usa chaqueta y corbata -ahora esa prenda está más en cuestión- por la mañana y cazadora con vaqueros o chinos para la tarde. Y no aprendieron de aquellas primarias en las que Borrell, subido a una silla, destrozó al aparato que sostenía a Almunia.

Tampoco parece que se hayan inspirado en la lectura de la historia del partido. Los tiempos republicanos y la guerra incivil ya produjeron crisis fratricidas de enorme calado ideológico en el PSOE. Siempre en la misma longitud de frecuencia: por un lado, los moderados, enfrente los radicales, los reformistas frente a los revolucionarios, centristas versus izquierdistas. Ese es el espantajo que ha alzado Pedro Sánchez contra los suyos, a sabiendas de que le apoyan las sensibilidades nacionalistas -catalanes sobre todo, pero también mallorquines, vascos y algunos gallegos- así como los partidarios del frentepopulismo con Podemos.

Un poco a la manera de Largo Caballero, Sánchez ha ido evolucionando desde posiciones colaborativas a proclamarse el último izquierdista del partido. Ha sido asistente de Trinidad Jiménez, luego de Pepe Blanco, se ha envuelto en la mayor bandera española, ha hecho migas con el liberal Rivera y se dice que hasta incluso elogiaba la política económica de Rato en su juvenil tesis doctoral. Ahora, está a un paso de sumarse a cualquier banderín de enganche que le ofrezca posibilidades de éxito. Lejos de explicarse, Sánchez parece siempre en modo mitinero: chilla, enardece, prorrumpe frases hechas y sencillas. En realidad, no sabemos qué opina en profundidad de casi nada. Le acompañan algunos valencianos, socialistas que, como suele ser habitual en las últimas décadas, no atienden a ningún interés salvo el de la lógica de las luchas intestinas. Que la Izquierda Socialista de Andrés Perelló le apoye tiene su razón de ser, que José Luis Ábalos sea su adalid en estas tierras, dice mucho de lo que significa el sanchismo.

No es que Susana Díaz ofrezca un pensamiento político de primera frente a sus rivales. La lucha política andaluza lleva décadas anclada en el maniqueísmo ideológico y el mantenimiento clientelar de las peonadas. Susana es una especie de peronista rociera con escaso glamour al norte de Despeñaperros, algo de lo que ella misma es consciente, de ahí su dubitativo asalto a la Secretaría General. Pero en el pecado lleva la penitencia, pues fue ella la que eligió al guapo Sánchez para frenar la llegada de Eduardo Madina, un hombre formado y de calado más profundo de lo habitual entre los socialistas. Madina, dando ahora toda una lección moral, se alinea con Susana, pues entiende que no hay otra solución que mantener la opción sensata de la socialdemocracia.

Pero Sánchez parece sintonizar con estos tiempos locos en los que la gente, crédula de una emergencia social más imaginaria que factual, prefiere lanzarse a la aventura sin más antes que meditar sobre la fragilidad del sistema de convivencia que disfrutamos. Dado que Ángel Gabilondo no llegó a tiempo para vender los resultados de una educación pactada entre las dos Españas sempiternas, el pueblo sigue instalado en su cajón esperando la derrota del contrincante y no la alianza intermedia para el progreso del conjunto. Hoy arranca el rien ne va plus.

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