Es más que oportuno recordar que dentro de dos días se conmemoran los 75 años de un hecho que nunca debió ocurrir: la muerte de un poeta en el Reformatorio de Adultos de Alicante por causas oficialmente naturales (enfermedad pulmonar) y por motivos extraoficialmente tan repudiables como la venganza, la inquina o el homicidio -involuntario o no- llevado a cabo por aquéllos que siempre presumieron de haber salvado su alma.

Jamás imaginaron esos verdugos que no sería fácil abatir o borrar de la memoria a un poeta como Miguel Hernández; y mucho menos silenciar la vida y la obra de un creador como él, situado por destino en una época de confusión social y política como no se ha conocido en nuestra historia contemporánea, pero de la que pudo salir, pese a su desaparición física, transformado en un órgano literario que no ha dejado de latir, de crecer y de expandirse entre cientos de miles de lectores.

La obra y la vida de Miguel Hernández rompen moldes y derriban normas y estadísticas, se ajustan a un caso verdaderamente excepcional de escritor y de hombre. Hablamos de un militante apasionado de la vida, de un ser que murió joven, muy joven, pero que en sus escasos 31 años de vida dibujó un recorrido sin precedente en la historia de la literatura contemporánea. Y esto es algo que saben muy bien quienes ahora mismo, en escenarios, universidades, escuelas, salas de exposiciones, plazas y caminos del mundo conmemoran los 75 años de su muerte. Lo saben, más que nunca, quienes no han dejado de leer sus versos al margen de homenajes y recuerdos, como simple y puntual alimento del espíritu. Con ellos y desde ellos ellos, pensando en los últimos días de Hernández, nacen estas palabras:

«Sólo quien ama siente que la noche es más noche sin corazón amigo. Pero ¿quién ama a solas cuando los muros gritan silencios y silencios, cuando las rejas tachan la belleza del aire?

Las cárceles propagan una delgada hilera de alimañas furiosas.

Las cárceles se beben la paz de quien mastica pedazos de esperanza.

Las cárceles perseveran sobre un hombre dormido: le minan las entrañas con espinas de hambre, despedazan carbón sobre su boca, le arrebatan el fuego que recorre sus venas, escriben en su frente canciones que jamás existieron, susurran en su oído ´treinta años y un día´».

Treinta años y un día fue la nueva condena: Huelva, Sevilla, Torrijos, Orihuela, Conde de Toreno, Palencia, Ocaña, Albacete, reformatorio de adultos de Alicante... Estación final.

No existe salvación para Miguel. Le acometen con golpes de piedra y de silencio. Su corazón supura como un río de lava entre la hierba oscura. La esperanza huye por todas las heridas.

28 de marzo de 1942. Cinco treinta de la madrugada: «Muere un poeta y la creación se siente herida y moribunda en las entrañas». La vida recomienda abandonar el cielo, apartar la tierra parte a parte, hundir en ella manos y lengua atormentada hasta sentir el pálpito secreto de su raíz sin nombre.

28 de marzo de 1942. Cinco treinta de la madrugada: Según consta en el parte de los Servicios Médicos de la prisión de Alicante, hoy ha fallecido «el recluso hospitalizado en esta Enfermería, Miguel Hernández Gilabert, a consecuencia de Fimia pulmonar según el médico auxiliar recluso. Ha recibido los Auxilios Espirituales». Era sábado, víspera de domingo de Ramos. Tenía los ojos abiertos como dos piedras azules, fijos en la nada. Quienes le amortajaron, quienes vieron su rostro sin vida aseguran que quedaron conmocionados por aquella mirada firme, por aquellos ojos abiertos, como fijos en la nada, que nadie lograrían cerrar. Fue a la mañana siguiente cuando se le dio sepultura en el nicho 1.009 del cementerio de Alicante. Dentro del féretro, golpeaba el silencio.

Hace falta más tiempo para volver al tiempo. Bien pensado, qué sencilla es la muerte, qué sencilla; pero qué injustamente arrebatada. Mancha y ensucia como una luna oscura. Acuchilla sin voz cuando menos se espera con turbia cuchillada. Y después€, nada. Eso dijeron. Y más tarde€, nada. Eso cantaron los de garganta de óxido y de plomo. Miguel, el más alto poeta, destruido. Miguel, el ruiseñor de vuelo más hermoso, desplomado. Eso creyeron.

Eso creyeron, porque hoy, 26 de marzo de 2017, víspera de su fallecimiento, el poeta renace, vuelve, regresa sin mordaza y sin duelo, sin uniformes ni balas que lo eviten, sin metralla enemiga que lo detenga, sin humedad de pozo, sin muros, sin colmillos, sin rejas, sin batallón de escarchas y de sombras. 75 años después, el misterio vibra como un pájaro en la luz y las cárceles vuelan convertidas en ala.

Murió el poeta, sí, pero el cielo certifica que en la vida se quedan para siempre, indefinidamente, poemas como «Sonreídme», «Para la libertad», «Me sobra el corazón», «El niño yuntero» o «las Nanas de la cebolla». Así de claro y así de irrevocable.

Qué sencilla es la vida€, Miguel, qué sencilla.