Tras una breve etapa de apenas dos décadas de desarrollo apacible, la democracia se ha convertido de nuevo en lo que siempre fue, un problema. Los teóricos se refieren a distintos modelos de democracia y así consiguen disimular su desacuerdo básico en torno al concepto. En consecuencia, la evolución reciente de muchos sistemas políticos ha suscitado una discusión acerca de si en realidad son democracias. Y aunque la democracia es la forma política preferida, hasta el punto de ser considerada un valor universal, algo impensable hace menos de un siglo, es bien cierto que las actitudes cínicas u hostiles hacia ella galopan a lo largo y lo ancho del mundo y que por primera vez tiene adversarios, la tecnocracia y el populismo, que pueden ser compatibles con cierto respeto a la libertad individual y no provocan el mismo rechazo que el fascismo o cualquier otro tipo de dictadura.

El problema de la democracia está siendo objeto de estudio en todas sus dimensiones. Equipos de investigadores universitarios, laboratorios con diferentes orientaciones ideológicas y organizaciones internacionales llevan algún tiempo poniendo un gran empeño en conocer mejor el funcionamiento de las democracias y la opinión al respecto de los ciudadanos. A partir de una ingente cantidad de datos obtenidos mediante encuestas, estadísticas y consultas a expertos, se elaboran índices y clasificaciones que ordenan a los países en listas que suelen empezar con los más democráticos y terminar con los más autoritarios. Este orden difiere de acuerdo con la metodología utilizada y la idea de democracia que se haya adoptado, pero los numerosos rankings, que se actualizan periódicamente, en la mayoría de los casos cada año, están encabezados siempre por los países nórdicos, seguidos de los anglosajones y los de Europa del sur. Con la confección de los listados se pretende determinar qué países son democráticos y cuáles no, y destacar los avances y retrocesos en el grado de democracia verificado. En los últimos años, sin embargo, un conjunto de países situados en Centroamérica y Europa del Este ha adquirido un aspecto híbrido, que mezcla rasgos democráticos con otros de difícil adscripción. «The Economist», por hacer una mención dispar, en su «Índice de la democracia» de 2016, elaborado ya antes de la presidencia de Trump, degrada a Estados Unidos a la categoría de democracia defectuosa.

Por lo general, en estas listas España es incluida en el selecto grupo de las veinte mejores democracias y en algunas facetas se acerca a la máxima nota. Pero la valoración que se hace desde el exterior contrasta llamativamente con el resultado de nuestra propia evaluación. Los estudios realizados en España en la última década constatan que la democracia española ha sufrido un deterioro notable y coinciden en la necesidad de emprender reformas políticas de calado. Desde 2007, la Fundación Alternativas elabora el único Informe sobre la democracia en España que se publica con periodicidad anual y que, por tanto, permite analizar la evolución del sistema político de manera constante y rigurosa. Para el décimo informe ha consultado a más de un centenar de científicos sociales. En esta ocasión, el análisis se centró en los cambios electorales, las dificultades para la formación del gobierno, el espacio político de Ciudadanos y la cuestión catalana. El informe señala que lo mejor de nuestra democracia es la limpieza de la competición electoral, el ejercicio de los derechos, la sujeción de los funcionarios a la ley y la estabilidad del gobierno de la nación. Por el contrario, sus puntos débiles son la corrupción, la desconfianza hacia las instituciones y los actores políticos, la escasa implicación de los ciudadanos y las interferencias desde el exterior, léase la imposición de una reducción del gasto público por las autoridades de la Unión Europea, en nuestras decisiones políticas.

El informe se resume en la nota que otorga a la democracia española, un 5,5. En su primera puntuación, en 2007, la Fundación Alternativas le concedió un 6,2, con lo que en la década transcurrida la evaluación ha acumulado un retroceso de medio punto. En el último año, no obstante, en opinión de los expertos se aprecia una leve mejoría. Por su parte, el juicio de los ciudadanos, expresado a través de las encuestas del CIS, ha evolucionado en paralelo, pero con un acento más crítico, especialmente en 2011, el año del 15M. Su nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia en 2006 era de 5,8 y en 2016 había descendido hasta el 4,8, por debajo del punto medio de la escala. Son calificaciones, en todo caso, inferiores a las que recibe nuestra democracia de los evaluadores internacionales.

Para la historia de esta democracia, más larga de lo que a veces pensamos, el año político de 2016 ha sido crítico. Registró la mayor movilidad electoral, un cambio de sistema de partidos, el periodo más prolongado sin gobierno y un temblor en los estratos profundos de nuestra vida política, cuyas consecuencias aún están por ver. El descontento con la democracia ha estimulado el interés por la política, creando un clima muy propicio para la movilización, que en España ha sido abanderada por las generaciones jóvenes, urbanas y de elevado nivel educativo. Ellas son el apoyo principal de Podemos y Ciudadanos, que se han ganado la lealtad del 20% del censo electoral. La confirmación del voto fugado del PP y del PSOE hacia los nuevos partidos en las generales de junio explica que estos no hayan dado por cerrada la fase de competición electoral, a pesar de la inestabilidad que esa estrategia acarrea al gobierno.

Los autores del informe prestan una atención especial al populismo. Observan que mientras en los países centrales de Europa avanza por la derecha, en España ha tenido audiencia en todos los sectores sociales y, en particular, ha encontrado el mayor número de seguidores en las bases electorales de la izquierda. No obstante, el intento de Podemos de trasladar la competición electoral a la división entre una llamada casta y el pueblo no ha prosperado del todo. La mayoría de los ciudadanos aún se sirven de la línea derecha-izquierda para localizar su ubicación en el mapa político.

La coyuntura política española tiene incógnitas sin resolver. Una es si la insatisfacción de los españoles con su democracia es exclusivamente una reacción a la crisis económica. Todo indica que hay más factores en juego de índole política. Deben citarse por delante la percepción de la corrupción y las demandas de las generaciones jóvenes. Otra interroga si la presencia de los nuevos partidos será perdurable. Son las preguntas del millón. El informe no arriesga una respuesta concluyente, pero sí aporta datos, argumentos y conjeturas bien fundadas que permiten ver con más claridad la situación presente.

Gracias a estudios como los promovidos por la Fundación Alternativas, y otros que han sido publicados en estos años, ya podemos decir que la democracia española está siendo evaluada. Primero nos preocupó el éxito de la transición, luego estuvimos pendientes de la consolidación de la democracia y ahora queremos saber en qué falla nuestro sistema político para mejorar sus mecanismos y su rendimiento. El interés compartido entre ciudadanos, políticos y académicos por la calidad de su democracia es una actitud prometedora para las sociedades que quieran llevar más lejos el equilibrio entre la libertad y la igualdad. Los españoles hemos bordeado el caos y puede que hayamos dejado al aire las limitaciones de nuestra cultura democrática, pero cabe la posibilidad de que hagamos lo que no hicimos en la crisis de los noventa y al final salgamos bien parados de esta retorcida crisis, que nos ha hundido pero nos mantiene más despiertos.