Me parece bien lo de los emprendedores. Que la gente tome iniciativas, haga proyectos, innove, invente, pruebe. Es estupendo.

Pero no puede ser una coartada para que el poder rebote sus responsabilidades y las lance sobre la ciudadanía con mensajes tramposos como «el que busca trabajo lo encuentra», «hay que espabilarse», «el que no arriesga no gana», etc. Porque no solo no responden a la realidad, sino que le dan a este mundo un tono de carrera de obstáculos, obstáculos que precisamente coloca el poder estratégicamente.

Mientras, una banca especialmente dudosa que hemos rescatado entre todos, nos pone ejemplos de emprendedores como el tipo aquel que empezó repartiendo botijos con un carro y ahora tiene un emporio cerámico que exporta a no sé cuántos países. Ejemplos que hacen pensar que los demás somos tontos de remate por no ponernos a emprender como locos y triunfar en la vida, siempre bajo ese paraguas turbio que supone considerar que el éxito es sinónimo de riqueza, o que la riqueza es la antesala de la felicidad. Demasiadas trampas en tan poco espacio.

Eso sí, cuando aparece el fracaso, porque el fracaso siempre es una posibilidad, no crean que hay comprensión y apoyo por haberlo intentado, en absoluto, entonces envían a los sabuesos del desahucio, hambrientos, para devorar hasta las entrañas del árbol caído. Por otro lado, a los emprendedores que investigan la recompensa es que les llueven los recortes y se ven obligados a largarse con viento fresco, ejerciendo la «movilidad laboral», buscando cobijo lejos de aquí y sin figurar en ninguna encuesta. Porque, lo que cuentan son las encuestas, no crean. Importa poco que el trabajo se haya convertido en esclavitud, y los contratos ya se hagan por minutos. Eso son minucias.

Dejemos de una vez el mensaje de los emprendedores mágicos, malabaristas de los negocios, y recuperemos los derechos de la ciudadanía, los de todos, también los de aquellos que no están interesados en emprender, porque simplemente quieren trabajar, nada más, y tener un sitio digno en esta sociedad maltrecha.