Desde que el líder podemista, Pablo Iglesias, lanzara su dura diatriba contra las tradicionales misas retransmitidas por TV2, no ha habido medio de comunicación social en España, impreso o audiovisual, que no se haya hecho eco de lo improcedente de tal irrupción. A través de sus numerosos artículos de opinión publicados o de entrevistas visionadas, lógicamente en contra de su supresión. Y no solo por razones de libertad religiosas o constitucionales, sino también de solidaridad con las personas impedidas de asistir a su celebración en las iglesias. Con el resultado popular conocido de que, gracias a esta desafortunada intervención podemista, la misa ha visto multiplicada su cuota de audiencia hasta convertirse en el programa con mayor share de los domingos; y promover un movimiento en su favor que ya sobrepasa las 160.000 firmas, esperando alcanzar las 200.000 para competir con la proposición no de ley presentada en el Congreso por el grupo Unidos Podemos.

Sin embargo, a pesar de esta masiva reacción social en contra, me ha sorprendido una sola exclusiva que, sin oponerse a la retransmisión de la misa, haya reivindicado en igualdad de condiciones la concesión de un espacio televisivo donde los que no van a misa y se confiesan ateos puedan manifestar sus razones de existencia y actitud. Sin pretender por otra parte, según afirma, «atacar la religión, sino defender el ateísmo»; con la seguridad, además, de que «este programa ateo ganaría en audiencia a la misa empoderada por Podemos». Una solicitud contenida en el artículo de Antonio Rico publicado en este mismo diario Levante-EMV el pasado día 18 con el título «Sólo me falta una Tamara Falcó atea».

Y yo no puedo menos de sumarme a esta sorpresiva iniciativa del Sr. Rico. Porque, entre otras razones, me haría volver a mi época de joven estudiante del primer curso de Teología, cuando contábamos con una vieja asignatura titulada «Apologética», ya en desuso, cuya finalidad era la defensa de la doctrina católica, apostólica y romana. En especial frente a incrédulos, agnósticos y ateos; con una arquitectura de argumentos que cimentaban ese fundamental teorema apologético de entonces: «extra Ecclesian non es salus» (fuera de la Iglesia -Católica- no hay salvación). Y sobre todos, uno que resultaba muy convincente en aquellos tiempos expuesto en esta o parecida proposición: Si aceptas y practicas lo que enseña la iglesia católica y al final de tus días todo ha resultado falso ¿qué pierdes? Nada, era la respuesta. Pero, en cambio, ¿y si es cierto y optaste por rechazarlo? Que pierdes el cielo y quizás ganes el infierno in aeternum.

Claro que hoy son otros tiempos. Hoy nos atreveríamos a responder, sin miedos, que lo que hemos perdido han sido las horas invertidas en aquellas prácticas y ejercicios, en lugar de haberlas empleado en beneficio de nuestra salud y bienestar. O también que, como reza el salmo, «Dios es bueno y clemente, rico en misericordia y lento a la cólera» (sal 85); y que «Él perdona todas las culpas y como se levanta el cielo sobre la tierra, así se levanta su bondad» (sal 102). Por tanto, bienvenido sería un programa que nos descubriera «los fundamentos de las creencias ateas, de sus bases filosóficas y morales; sin dioses sobrenaturales, almas inmortales y verdades reveladas a unos pocos elegidos...» Y las modernas objeciones a sus argumentos, de la parte creyente. ¿Por qué no?