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Muerte en el delta del Turia

Esta semana ha traído el anuncio por parte del Ayuntamiento de València de la suspensión definitiva del plan urbanístico en la desembocadura del Turia. De momento no existe alternativa y ya veremos si cuando lleguen las calendas griegas la tecnopolítica municipal es capaz de presentar algún proyecto viable e ilusionante. De momento se liquida el anterior planeamiento que, ciertamente, era fruto de un pastiche bastante mal resuelto entre las ideas originarias del arquitecto francés Jean Nouvel y el penoso concurso posterior que se sacó de la manga la anterior corporación para sofocar los intereses de profesionales y constructores locales. En la ensalada proyectual resultante se consolidaba el circuito de Fórmula 1 y se dibujaba más de una docena de edificios en altura además de los rascacielos-hito que habían ganado el concurso de marras a imitación del frente marítimo de Barcelona, todo ello presentado con el socorrido y embellecedor render (dibujo digital en 3D), que ya parece ser la única manera de hacer digerible la arquitectura a la clase política y al electorado.

El anuncio de la suspensión fue seguido de manera alborozada en las redes sociales -ese otro mundo por el que circula tanto la biblioteca de Alejandría como las pestilentes alcantarillas del imperio- por una asociación llamada Pelpap, cuyo nombrecito responde a una Plataforma el litoral per al poble. Desconocemos a cuántas personas o asociaciones representa, y entendemos del todo legítima su serie de reivindicaciones, pero llamaba la atención un iracundo comentario sobre el proyecto del jardín deltaico para el tramo final del Turia, al que tacha poco menos que de fantasmagórico y lo vincula al circuito de Fórmula 1.

Me entristeció leer ese tipo de ideas que no se ciñen a la realidad y que manifiestan un desprecio bastante ignorante de la misma, pues el proyecto del delta para el final del Turia nunca tuvo nada que ver con el susodicho circuito y fue, además, una de las más brillantes aportaciones de Nouvel a su planteamiento sobre el Grao. Rescatar para el jardín del Turia la visibilidad del elemento acuático ha sido siempre la idea recurrente de las más finas y lúcidas sensibilidades que se han aproximado al viejo cauce. El mantenimiento de ese espíritu talásico no solo comprende una idea de respeto por la geografía y de memoria de lo histórico, sino que retrotrae precisamente al origen del propio jardín, su nacimiento como una virtud de las movilizaciones populares ante la catástrofe de la riada y sus ulteriores planes desarrollistas que quisieron convertirlo en un nudo de autopistas.

Precisamente estos meses se han instalado en el mismo jardín del Turia una serie de obras del ecoartista belga Bob Verschueren, que hablan de ello. Verschueren comprendió muy pronto la relación entre el jardín, el agua y la tragedia: de uno de los árboles del jardín ha colgado una serie de macetas invertidas que, en realidad, esconden pequeños altavoces por donde surgen voces cuando uno se acerca, algunos poemas recitados y también testimonios de las vicisitudes de diversos vecinos de València cuando la riada del 57. Es realmente emocionante, como lo fueron en su día los proyectos de Julio Cano Lasso o Vetges Tu con Mario Gaviria para el río -en el concurso que organizó el primer ayuntamiento democrático del 79- manteniendo el curso del agua o creando un valle de la memoria, la isla de los pájaros o una gran noria para impulsar la corriente.

El agua está en el magnífico Parque de Cabecera creado por Arancha Muñoz y Eduardo de Miguel, y la soñó el ingeniero Luis Merelo en el 75 cuando llevó los ferris de pasajeros río arriba hasta Monteolivete, o incluso Santiago Calatrava, cuyo proyecto original para su primer puente sobre el río preveía un lago navegable bajo el mismo, antes de perder la cabeza en el valle de los Reyes de la Ciudad de las Artes a cuyo rescate ha acudido La Caixa. Y así, en similar sintonía, el delta del Turia que propuso Nouvel recuperaba el mito del río, y aún más, la geografía más profunda de estas tierras inundables e inundadas en tiempos pretéritos cuando la desembocaduras del Turia y del Júcar estaban unidas en un gran espacio lacustre de 400 kilómetros cuadrados, origen de la Albufera.

Recuerdo la noche que José Miguel Iribas -el más genial de los sociólogos de lo urbano- y el emprendedor Ignacio Jiménez de la Iglesia nos citaron a un grupo de periodistas a una cena para darnos a conocer a Jean Nouvel y las ideas básicas de un plan que pretendía redimir València de su alicorta visión gracias a un novedoso frente litoral. Nouvel, un gran bebedor de buen vino local, contó entusiasmado su idea del delta verde para el Turia. Todos los allí presentes quedamos impresionados.

Aquella idea acaba de morir, y este artículo es una especie de réquiem por el momento que pudo ser otra València y no ha sido, como tantas veces. Las presiones del lobby del ladrillo, la torpeza de los políticos de entonces y la falta de ambición condenaron el proyecto. Ese espacio, escaso y muy sensible, es la última oportunidad para València, en el que ha de caber todo, desde las reivindicaciones más cercanas de los vecinos al esparcimiento de la ciudad en general, desde una oferta turística de calidad a espacios para centros docentes, de la gastronomía a la cultura? pero especialmente ha de caber el medio ambiente, el verde, la sutura urbana, el paisaje, la calidad del escenario público y no esas avenidas de asfalto y maceteros con baladres marchitos que parecen anunciarnos el futuro más desolador y marciano para esta ciudad.

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