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Gibraltar, ser o no ser

Es interesante la repercusión del brexit en Gibraltar. La carta oficial de Theresa May al Consejo Europeo preludió el desenganche sin citar la colonia. Fabián Picardo puso el grito en el cielo y recibió de la primera ministra el compromiso de no ceder la soberanía salvo que lo pidan los gibraltareños. No es precisamente lo que esperaba Picardo porque deja abiertos dos problemas: el de no garantizar las ventajas del Peñón en el espacio común europeo y el de confiar a sus habitantes la continuidad de la soberanía británica. Los forofos del divorcio, con Boris Johnson a la cabeza, solapan en una carajera insensata el primer resultado de su error. Insultos a España, que no ha dicho media palabra, nostalgias de Margaret Thatcher y la guerra de las Malvinas e injerencias -inútiles- en el conflicto catalán, describen el miedo a quedar de tontos de la clase.

La dirección europea ya ha anunciado el máximo rigor en los pactos con los británicos, lo que, obviamente, limita sus expectativas de negociación propicia en todos los frentes. Así ha de ser para cercenar el efecto contagio en Estados miembros que dudan de la política comunitaria. Pero los escollos humanos en libre circulación y derecho de residencia, económicos en balanzas comerciales y políticos en seguridad, prefiguran la mutua necesidad de concesiones. La agenda negociadora será compleja, y más aún con el rechazo a simultanear el proceso de salida y las nuevas condiciones de intercambio, como pretende May. En esto, el no de Angela Merkel ha sido categórico. Y conviene suscribirlo sin demora.

Gibraltar no es para el Reino Unido un problema de primera magnitud. Si lo fuera, figuraría en la carta de divorcio y no reconocería tan fácilmente el derecho a decidir (el mismo que se niega a los escoceses). El rigor en este asunto ha de ser lo bastante sensible para que los gibraltareños prefieran seguir en la Unión Europea como parte de España, y llegar así, por convencimieto, a la descolonización del Peñón, deplorable anacronismo únicamente sustentado por el bolsillo de sus habitantes. Ninguna ocasión mejor que ésta desde el Tratado de Utrecht, por grande que sea el griterío paleoimperialista de quienes se resisten a ver que su paìs pesa menos fuera de Europa y que España no solo está dentro, sino que es uno de los cuatro que lideran la Unión. Razón tiene Dastis al comentar el nerviosismo de algunos ingleses.

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