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En danza

Con alegría se ha recibido la vuelta de Dansa València, que desde hoy hasta el domingo próximo desplegará un atrayente programa con trece compañías de danza contemporáneas (seis de ellas, valencianas) que actuarán no solo en el Teatro Principal, en Rialto o en la sala Matilde Salvador de La Nau, sino también al aire libre, en la plaza del Patriarca.

Desde que el mundo es mundo, música y danza parecen algo consustancial del ser humano. Nuestros remotos antepasados nos han dejado en cuevas y albergues prehistóricos figuras danzantes y de instrumentos musicales primitivos que la historia y la mitología se encargaron de plasmar después, desde la lira de Orfeo o la flauta del dios Pan, hasta los testimonios de danzas rituales, eróticas o fúnebres. Y todos hemos visto más de una vez cómo los niños más pequeños son capaces de moverse al compás de una música, en un baile tan intuitivo como irresistible.

La danza nos atrae, nos cautiva. Y nos influye. «Bailar de alegría» es una expresión elocuente. Pero su poder de sugerencia se extiende a otros campos. El de la moda es uno de ellos, y no el menor. No puedo dejar de pensar en lo mucho que ha influido en la indumentaria femenina el vestuario del ballet, desde las mallas como antecedente de nuestros habituales «leotardos» o «pantys» hasta el enorme influjo en las prendas clásicas que reaparecen una y otra vez; ahora, en las faldas/tutú que ha incluido Ana Locking en su última colección.

Y no digamos lo que supuso la imaginería de los ballets rusos de Diaghilev para muchas facetas de los grandes modistos, desde Poiret a Christian Lacroix. Recuerdo la deslumbrante exposición celebrada en Caixa Forum de Madrid en 2011, que reunió decorados, fotografías y vestuario de la legendaria agrupación de Diaghilev (para la que diseñaron nombres estelares como Joan Miró, Juan Gris, Picasso o Chanel) en cuyas piezas se podía vislumbrar el origen inspirador de muchas creaciones posteriores de los genios de la aguja; un influjo que ha persistido -en muchos casos, inconscientemente- a través de los años. Es un asunto que da pie a otras reflexiones, y que dejo abierto para tratarlo en otra ocasión. De momento, he aquí un suntuoso atuendo diseñado por el gran figurinista Leon Bakst para el ballet L´oiseau d´or, que vistió el mítico Nijinsky en 1909 y se conserva en el Victoria & Albert Museum de Londres. Y que sería fácilmente convertible en un minivestido enteramente bordado, como algunos de los que han desfilado en las pasarelas internacionales.

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