Coincidiendo con el Foro de Davos de enero, Oxfam publica cada año un informe sobre la desigualdad. Elabora los datos, entre otras fuentes, a partir de la lista Forbes y de los informes de la OCDE y de Credit Suisse sobre la riqueza mundial. Los datos no se discuten, pero, como era previsible, desde posturas neoliberales, se acusa a Oxfam de alimentar «populismos de izquierdas». En cualquier caso, los informes anuales provocan un estruendoso quejido durante unas semanas, tras lo cual retorna la adormecida normalidad.

Los titulares de la desigualdad (valga como botón de muestra «El número de personas que acumulan la misma riqueza que la mitad de la población mundial más pobre ha pasado de 388 en 2010 a 8 en 2016») parecen sugerir una relación entre la pobreza de unos y la riqueza de otros, y tal vez por ello algunas voces, contrariadas, tratan de negarla. ¿Está la riqueza de los ricos cimentada sobre la pobreza de los pobres? La respuesta es, seguramente, objetiva, y la profesión de la economía (¿quizás la universidad?) debería determinarla con claridad. Aquí solo podemos apuntar unas pistas.

En 2012, los profesores Daron Acemoglu y James Robinson publicaron «Por qué fracasan las naciones. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza». Aunque sus ejes de atención son las condiciones que impulsan o estancan el crecimiento de los países, el libro también arroja luz sobre la cuestión que nos ocupa. Apoyándose en un extenso análisis histórico acreditan como en gran mayoría de países y sociedades las élites implementan mecanismos para extraer rentas y riqueza de una parte de la sociedad a la que someten y empobrecen. Estas sociedades normalmente conducen al estancamiento, pues las élites están más interesadas en mantener su posición privilegiada que en liberar las fuerzas que producen crecimiento.

En una de las ejemplificaciones, los autores comparan la historia política de México y de Estados Unidos, y su relevancia sobre las carencias actuales de los primeros frente a la prosperidad de los segundos (que toman como ejemplo de sociedad inspiradora del desarrollo). Sin embargo, siendo evidente el progreso económico de los países que primero desplegaron instituciones políticas y económicas liberales, como Gran Bretaña y Estados Unidos, también lo es que los usos extractivos de las élites permanecieron. La extrema penuria de la clase trabajadora decimonónica o los actuales 45 millones de pobres en Estados Unidos, donde los 400 estadounidenses más ricos tienen el equivalente a los 150 millones que menos tienen, nos lo recuerda. Por no hablar del saqueo colonial ejercido, históricamente o en el presente, por las élites de estas (y otras) potencias, y que también explica su éxito como países.

Más cercanamente, el economista César Molinas, en su libro de 2013 «Qué hacer con España» constata las prácticas extractivas de las élites político-económicas españolas. Prácticas que el reciente libro del sociólogo Rubén Juste «Ibex 35. Una historia herética del poder en España» disecciona con precisión de relojero tras seis años de investigación. Y para quienes gustan de las parábolas, en 1962 el político canadiense Tommy Douglas grabó el famoso discurso «Mouseland», un insuperable retrato de las prácticas extractivas de las élites bajo condiciones supuestamente democráticas, y que puede encontrarse en YouTube animado y subtitulado.

¿Está la riqueza de los ricos cimentada sobre la pobreza de los pobres? Si, como parece, la respuesta es afirmativa, podremos sobrellevar con tristeza los alegatos de su justificación, pero no tendremos porqué escuchar su negación.