Cuál es la forma más honesta de reaccionar ante un pobre que, arrastrándose por el suelo en una calle de tu ciudad, te pide limosna? No lo sé y esa duda me hace encontrarme físicamente mal; a veces reacciona uno como él espera, echando una moneda en su cuenco y de ese modo disimulas tu malestar sin evitarlo del todo. Otras veces miras a otro lado y aceleras el paso porque el número de mendicantes es muy grande; aumenta mucho en las fiestas locales de las ciudades adonde, parece ser, viajan multitudes de pobres para aprovechar la mayor afluencia de gentes a las que se supone felices y con recursos para viajar por placer. Valencia se ha llenado de pobres en sus fiestas falleras, pero aun sin fiestas me da la impresión que la población residente de pobres de pedir es más alta en nuestra ciudad que en otras españolas y por supuesto, por lo que he podido notar en mis viajes, mucho más alta que en las ciudades europeas más importantes. ¿Qué puedo hacer para pasear por mi ciudad sin mala conciencia de rico malvado, que es lo que uno se siente ante la multitud de gente que pide monedas o duerme en los cajeros? Quizás sea bueno preparar una bolsa de monedas antes del paseo, como parece ser que hacían las princesas de los cuentos, e ir distribuyendo a cada pobre tu moneda y tu sonrisa de tolerancia cómplice con su mendicidad.

Hace ya siglos que un valenciano ilustre (ilustre hoy ya que en su tiempo las instituciones valencianas se preocuparon de ejecutar a su padre y desenterrar y quemar al cadáver de su madre por judeoconversos) se planteaba cómo las instituciones públicas, más que los ciudadanos a título individual, deberían afrontar el problema de la pobreza como patología social: «Así como es cosa torpe para un padre de familia el que deje a alguno de los suyos padecer hambre, o desnudez, o el sonrojo y fealdad de la vileza del vestido en medio de la opulencia de su casa, del mismo modo no es justo que en una ciudad rica toleren los magistrados que ciudadano alguno sea maltratado de la hambre y miseria». (Tratado del Socorro de los Pobres, 1525)

Lluís Vives entendía que la solución al problema de cada ciudadano que padecía hambre no estaba en manos de la caridad expresada por otros ciudadanos de uno en uno, sino de quien, en representación de la sociedad debería hacerse responsable y ser capaz de afrontar el problema. Los ciudadanos de los Estados democráticos somos responsables de las instituciones de que nos hemos dotado; participamos en la elección de nuestros líderes y seleccionamos los programas que cada partido nos oferta para organizar nuestra convivencia; podemos, además, crear o participar en organizaciones sociales con fines altruistas y/o benéficos. Y sin embargo, nos produce angustia el no saber qué hacer ante una invasión pacífica de personas que extienden la mano reclamando alguna moneda para comer o que duermen en las relativamente lujosas cabinas de los cajeros para resguardarse un poco de las a veces muy frías noches de invierno.

Parece que el problema no es fácil de resolver, aunque la pobreza de ese tipo no es tan manifiesta en otros lugares. Solo una parte de tantos y tantos pobres que en este país constituye la masa de desempleados, parados sin prestaciones sociales, familias sin ningún recurso (que las hay y no es fácil entender cómo sobreviven) constituyen la masa de mendigos que existen en nuestras ciudades. Seguramente sería algo tan estúpido prohibir la mendicidad como prohibir la pobreza, pero sin embargo la primera prohibición sabemos que existe en muchas ciudades y se aplican medidas para erradicarla; ciudades donde no está presente la mendicidad aunque sea evidente que la pobreza pueda estar muy extendida. La Comunitat Valenciana, a través de sus instituciones, ha lanzado un órdago a la comunidad internacional para promover un frente solidario de apoyo y hospitalidad para una cuota importante de refugiados que no ha tenido la respuesta esperada por parte de las instituciones de rango estatal o europeo. En mi opinión deberíamos ser capaces de inventar algo y ponerlo a punto para intentar reducir un poco la infelicidad de tantos sin casa y la mala conciencia de todos los demás (personalmente yo no sé cual es la solución y seguiré teniendo dudas morales cada vez que pase por delante de un mendigo).