La reunión que el 6 de marzo de 2017 tuvieron en Versalles los líderes gubernamentales de las cuatro grandes potencias de la Unión Europea no ha sido destacada suficientemente por analistas y medios de comunicación y ha pasado inadvertida para la mayoría de los ciudadanos europeos. Sin embargo, son muchos los aspectos destacables de dicha reunión, que pueden tener una gran trascendencia para el futuro de Europa y de los europeos.

Bien es cierto que los cuatro líderes a que nos referimos, Angela Merkel, François Hollande, Paolo Gentilone y Mariano Rajoy atraviesan por circunstancias especiales. La primera está pendiente de elecciones generales, el segundo a punto de dejar el Elíseo, Gentilone sumido en la provisionalidad tan propia de los gobernantes italianos y Rajoy gobernando con una minoría precaria. Pero más allá de dichas circunstancias, y precisamente por ellas, es apreciable que no hayan parado sus relojes europeos, que hayan dejado a un lado sus intereses nacionales y que hayan enfrentado la situación en que la Unión se encuentra en la actualidad. Antes de dicha reunión, tanto el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, como el presidente de la Comisión Europea,el luxemburgués Jean-Claude Juncker, habían mostrado la firmeza que se esperaba ante el brexit, las frivolidades de Donald Trump o la deriva nacionalista de algunos Estados miembros. Pero el caso es que hoy por hoy, el futuro de la Unión Europea sigue estando en las manos de algunos de sus Estados y no en las instituciones de la Unión.

Juncker, pese a su buena voluntad, no estuvo muy acertado al presentar en el Parlamento Europeo un documento más propio de un seminario universitario que de una institución europea, con las cinco opciones posibles para el futuro de Europa; desde su desaparición hasta su conversión en una federación política. Y es que los políticos, lejos de suscitar dudas en los ciudadanos, deben mostrar firmeza y ofrecer claridad y soluciones en situaciones difíciles como las que atravesamos.

Aunque los pesimistas genéticos aprovechan cualquier ocasión para proclamar que la Unión es un fracaso, o para de un modo reiterado incidir en sus deficiencias, que son las propias de toda obra humana, hay que decir que la Unión es una historia de éxitos impresionantes. Desde que en 1951 se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, tras dos guerras mundiales, que costaron decenas de millones de muertos y de desolación, hemos vivido 67 años de paz, de prosperidad económica, de avance incesante de los derechos fundamentales y de las libertades públicas y se ha cimentado un Estado de bienestar que envidian en el resto del mundo. Solo los ignorantes o los hipócritas pueden obviar estos hechos. La Unión Europea es la avanzadilla en el mundo y debe seguir siéndolo. Y desde esta perspectiva hay que analizar la propuesta que los cuatro de Versalles han hecho a los gobiernos y a los ciudadanos europeos: una Unión a varias velocidades. Esta oferta no es el ideal ambicionado por los que somos europeístas-federalistas convencidos, pero es una oferta razonable y realista. Veamos porqué.

Cualquiera que conozca mínimamente la realidad europea coincidirá en que desde la incorporación de los Estados del Este de Europa, que formaban parte de la URSS o estaban bajo su control, así como Chipre y Malta, se aprecian sensibilidades europeas muy diferentes. Los seis Estados fundadores, así como España, Portugal e Irlanda (alrededor de 300 millones de habitantes y del 70 % del Producto Interior Bruto de la Unión) y algunos más, podrían dar pasos hacia una mayor integración política y económica. Pero no se puede decir lo mismo del resto de Estados de la Unión, en particular de los que permanecen fuera del euro. Todos ellos, a excepción de Polonia, son Estados medianos y pequeños que por razones variadas recelan de dar pasos hacia una mayor integración europea. Y en estas circunstancias, avanzar en la construcción europea a una sola velocidad ha resultado imposible hasta la fecha (el euro y Schengen son dos ejemplos) y será más difícil en el fututo si se pretende una mayor integración política, económica y social.

Los tratados vigentes de la Unión proporcionan instrumentos para avanzar a varias velocidades y, además, ya se han ensayado avances mediante tratados al margen de la Unión (Schengen se construyó inicialmente al margen). De manera que para seguir avanzando en la construcción europea no es necesario reformar los tratados de manera inmediata, sino una gran determinación de los líderes europeos en la utilización de las alternativas que los tratados ofrecen.

Si la propuesta de los cuatro de Versalles se consolida finalmente, cuando se celebren las elecciones presidenciales en Francia y generales en Alemania, se podría crear un núcleo central reducido de Estados que avancen hacia la integración política, económica y social, permitiendo que los demás continúen en la situación actual, unos pasos por detrás, e incluso podría consolidarse un tercer grupo de países que se asociaran con la Unión de manera más liviana, como puede ser el caso del Reino Unido y otros que siguen solicitando la entrada en la Unión.

Tampoco debe dejarse a un lado la circunstancia de que Rajoy fuera llamado a la reunión de Versalles. España ha ganado credibilidad en la escena europea, lo que para los intereses de los ciudadanos españoles tiene una gran relevancia. Que el presidente del Gobierno orme parte del reducido grupo en que se van a tomar las decisiones sobre el futuro de Europa no había sucedido desde que España se incorporó a la Unión en 1985. El mérito hay que atribuirlo a la inmensa mayoría de los españoles que, pese a la crisis económica, no han perdido la confianza en la UE, que ha sido la solución de nuestros problemas del pasado lejano y reciente. Para los españoles, Europa sigue siendo la solución, por lo que es ya hora de que la voz de los españoles se escuche en las instituciones europeas, particularmente ahora que en los países que nos rodean surgen minorías que parecen haber olvidado la historia de Europa.

El 25 de marzo de 2017, con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de los Tratados de Roma de 1957, el segundo de los eslabones de la construcción europea tras el Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero de 1951, los cuatro de Versalles se reafirmaron en la voluntad de seguir construyendo la Unión Europea en un momento decisivo; a las puertas de que el Reino Unido inicie el procedimiento de secesión. Es hora también de que los ciudadanos europeos nos involucremos en lo que podría ser un viraje de consecuencias extraordinarias para el futuro de Europa. No deberíamos perder una oportunidad que solo se presenta, echando la mirada atrás, una vez cada siglo.

En el mundo globalizado en que vivimos, la cultura europea, nuestros valores y principios, nuestra concepción del mundo cimentada desde la Grecia clásica solo sobrevivirán si somos capaces de construir una Europa que entierre los viejos nacionalismos que parecen resurgir de nuevo y que fueron la causa de las desgracias que asolaron Europa hasta la fundación de la Unión Europea.