Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

Rajoy baja sin críticas

En contra del irresistible auge anunciado, el PP retrocede leve pero consistentemente en los sondeos posteriores a su consolidación en el Gobierno; necesita tensión para mantener sus expectativas.

Debería quedar claro desde un principio que Donald Trump ganó las elecciones y fue el primer sorprendido por el resultado, gracias a las críticas desaforadas a las que se enfrentó. El exceso acaba por repercutir a favor del criticado, según se ha vuelto a comprobar en los primeros meses de la nueva Casa Blanca. Al otro lado del océano, la rendición socialista a Mariano Rajoy vino seguida por una fase de glacial indiferencia, en la que todavía navega el rompehielos de la política. La desmovilización debía ser favorable para el PP, salvo que la opinión pública no es una ciencia exacta.

La tesis se refuerza con las vitaminas numéricas. Según el barómetro del CIS del pasado jueves, al menos dos de cada tres votantes del PP consideran que la situación política española es «igual o peor» que hace un año, en medio del carrusel electoral. Es decir, la cacareada estabilidad no llega a ser percibida por los teóricos vencedores políticos. De nuevo, en contra de quienes garantizaban que la crecida del PP se traduciría en porcentajes superiores al cien por cien en las urnas.

Rajoy fue sometido a una tormenta crítica al igual que Trump, y sin necesidad de entrar en la justicia de los dardos recibidos en ambos casos. El aparato eléctrico también agrandó su figura, pero esta ilusión óptica retrocede en cuanto mengua la hoguera. Entonces, el político iluminado exclusivamente por el ardor de sus enemigos se oscurece proporcionalmente.

Deslumbrado por la imagen de Rajoy que proyectaban sus críticos, el PSOE se lanzó a pronosticar una mayoría absoluta del PP. Esta tesis le sirvió además de excusa para abstenerse, en una investidura que supone la mayor traición a sus principios desde la restauración de bricolaje de la democracia. Sin embargo, la pregonada hegemonía popular no aparece por ninguna parte. A fin de sustanciarla, los socialistas se han enzarzado en una guerra intestina para remarcar que descartan absolutamente el acceso al Gobierno. Ni por ésas.

En contra del irresistible auge vaticinado, el PP retrocede leve pero consistentemente en sondeos de diferente extracción, posteriores a su consolidación en el Gobierno. A lo sumo, se estanca. Necesita la furia de la tensión para mantener sus expectativas. Este comportamiento, matizado por el descrédito generalizado de las encuestas, certifica que el ciclópeo Rajoy es un invento de la cúpula socialista. De una de ellas.

Dado que Ciudadanos y Podemos tampoco disparan sus ya excelentes marcadores en comparación con anteriores partidos emergentes, cabe preguntarse quién gana aquí. En Alemania, la Grosse Koalition entre demócratacristianos y socialdemócratas ha confirmado que ambos socios pueden desmoronarse simultáneamente, sin que pueda hablarse tampoco de un claro beneficiado en el resto del espectro. Y España vive de hecho una gran coalición, teñida del lenguaje altisonante asociado a su leyenda negra.

Francia ensaya asimismo una solución astuta al crepúsculo de las ideologías, en la interpretación titulada por el ministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora. El candidato Emmanuele Macron equivaldría en castellano a una figura que congregara en sí mismo a PP, PSOE y a las entidades financieras que avalan el contrato entre ambos. Cabe recordar que el corrimiento hacia Marine Le Pen, con casi un tercio del electorado, espolea opciones más imaginativas que el auge controlado de Podemos.

En lo que a Rajoy concierne, su cultivada indiferencia no consigue resaltar en medio de la atonía dominante, salpimentada de modo ocasional por la imputación de otra media docena de cargos del PP. El presidente del Gobierno previsible necesita del contraste con una atmósfera trepidante, para imponerse como alternativa única. El oscurecimiento de su papel transcurre además proporcionalmente al mismo fenómeno cromático en su cabellera.

El apaciguamiento de la hoguera puede acarrear consecuencias inesperadas. Sin la feroz urgencia de la tertulia perpetua, la mediocridad aflora con más rabia. Es el caso del portavoz popular, Rafael Hernando, que ahora se asemeja a uno de esos personajes que no pueden ser censurados a riesgo de recibir una condena de la Audiencia Nacional. En la purga tal vez voluntaria de sus mayúsculos errores de apreciación en tiempos recientes, Felipe González subrayó la inauguración de su fundación con una frase que justifica su aureola. «No pienso criticar a los populistas hasta que aclaremos nuestros errores». Del sosegado fruto del hartazgo puede surgir una nueva perspectiva, es Rajoy quien paradójicamente reclama un terreno embarrado.

Compartir el artículo

stats