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Alfons Garcia

Bonig, lealtad o fidelidad

El arte clásico español es rico en vanitas, cuadros de visión ingrata desde la perspectiva actual, más propensa al carpe diem, a la vida alegre sin pensar en el mañana. El Museo de Bellas Artes de València tiene una buena colección de estas representaciones y, si lo visitan ahora que se acercan días de descanso, está colgado uno de estos pequeños memento mori. Es de Joan de Joanes y, junto a la inevitable calavera, se puede leer: «En todas tus acciones acuérdate de las postrimerías y no pecarás jamás». La digresión viene a cuento de Isabel Bonig y su primera semana como presidenta del PP valenciano con todas las de ley, refrendada por casi el 95 % de los compromisarios en el congreso autonómico de hace una semana. Como era de esperar, Bonig, que no es Rajoy y es poco de dejar que el tiempo fluya, ha tardado solo horas en meterse en un lío. No diremos el más importante en su corta carrera porque lo de apartar a los concejales de València tras las imputaciones por el pitufeo tuvo efectos que aún están sin clausurar, pero de calado, porque a diferencia de aquel ha supuesto molestar a Madrid. Palabras mayores en un partido de derechas, subrayadamente nacional y superlativamente jerárquico.

Puede que haya actuado con poca cabeza orgánica, como algunos en el partido le reprueban, pero con más sensibilidad -quizá solo por intuición- hacia los nuevos tiempos políticos y más tino hacia las postrimerías. ¿La sociedad no estaba harta de los aparatos y el rodillo de los partidos? ¿No quiere políticos que defiendan sus intereses? Bonig, cuyos excesos verbales repelen con frecuencia, ha acertado en esta ocasión obviando a Génova al firmar la declaración institucional de las Corts que puede resumirse en una verdad: que los Presupuestos Generales del Estado de 2017 elaborados por el Gobierno de Rajoy perpetúan el maltrato inversor con la Comunitat Valenciana. Algunos le reprochan a la líder popular que haya asumido este pronunciamiento al lado de Podemos y Compromís -ya se sabe que Antonio Montiel y Fran Ferri son unos radicales contumaces-, pero considerar que el rival político nunca puede estar en una posición acertada (aunque lleve coleta o utilice el carril bici) es de una simpleza que asusta.

El equipo de Bonig ha intentado reconducir la crisis con Génova durante los días siguientes, destacando lo poco que se puede destacar de los presupuestos y argumentando que son para seis meses y están pensados más para políticas sociales que para grandes inversiones, y que estas ya llegarán. Una prueba más de que el futuro es la mejor arma de los políticos cuando se agotan los pretextos. Al final, de tanto enjuagar la actitud de la presidenta esta va a perder los colores vivos que tenía y que la hacían atractiva por poco habitual en los partidos con sede central en la capital: aquello de poner los intereses valencianos por delante de los del partido.

Los diputados valencianos del PP en Madrid no llegarán tan lejos como para romper la disciplina de voto (tampoco apostaría a que los del PSPV se atrevan a tanto si llega el momento), pero al menos el primer gesto de Bonig tras su proclamación puede servir para hacer ver a los mandamases del PP que no todo vale en la política postcrisis y postcorrupción. Es la orientación que Ximo Puig intenta dar también a ese PSPV «fuerte» ante Ferraz del que habla, pero esto sería materia para otra reflexión. Quizá lo tengan en cuenta en Madrid a la hora de valorar las enmiendas de los presupuetos. Ella además no está en la posición débil de Alberto Fabra en 2012, que salió escocido con sus alegaciones a las cuentas, ignoradas por completo. Va siendo hora, al fin y al cabo, de que los políticos entiendan y apliquen la diferencia entre lealtad y fidelidad, «una virtud perruna», que diría Mariana de Marco, la jueza tan imperfecta de las novelas negras de Guelbenzu. Se trata de pensar más en la forma en qué se va a pasar a los libros de historia que en la obediencia debida. La fórmula evita pecados innecesarios.

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