«Ès hora ja, Fermí, de dir qui som

i recordar qui fòrem» (Joan Riera, de Favara de la Ribera.1966).

Hemos llegado a la España de varias velocidades. Ni Rajoy ni Montoro pestañean. Primero, los responsables de este fracaso presupuestario son los políticos, Ximo Puig, a la cabeza con su Consell, como president de la Generalitat y los empresarios que juegan a hacer política. Además este desdén viene de dos generaciones al menos. Mariano Rajoy ha cometido un grave error para su persona y para su partido. El Partido Popular con la confección de los Presupuestos del Estado 2017 ha puesto la soga al cuello de sus correligionarios domésticos.

De Segunda. Recientemente se escapó una foto en prensa, donde se veía a los patronos del Teatro Real madrileño y del Liceo de Barcelona que celebraban el patrocinio conjunto de un proyecto operístico de campanillas. Presidía la fiesta el ministro de Cultura, el pinturero Íñigo Méndez de Vigo. Madrid y Barcelona, entrelazados por el Gobierno para volar al alimón y combatir así el maleficio del independentismo. Señor ministro, ¿y los demás qué? ¿Somos españoles de primera o de segunda? Hemos tenido la respuesta en los Presupuestos (PGE) de Montoro. El Teatro Real, real ópera de España, tiene asignados 9.890.000 euros en los PGE y para el Teatre del Liceu catalán hay 8.155.000 euros. El Palau de les Arts de València, después de incremetar un 10%, apenas llega a los 600.000 euros.

Algún avezado advertirá que quien quiera ópera que se la pague. No le falta razón si además de ser en València, también lo fuera en Barcelona y Madrid. Todos igual sí, pero unos tanto y los otros casi nada, es un agravio comparativo. Así se ha provocado la pataleta por unanimidad „incluido el PP„ en las Corts Valencianes contra los injustos presupuestos del Estado que sitúan a la CV a la cola en inversión por habitante, con 119 euros, frente a los 184 de la media española.

Incertidumbre. Por mucho que los voceros del PP en la Comunitat Valenciana hayan propagado un enfervorizado «ja tenim equip» capitaneado por Isabel Bonig, los hechos y las tendencias abocan a la decadencia del Partido Popular en España y en la CV. La corrupción desparramada planea sobre la cabeza de sus líderes. El silencio culpable en la visita de Rajoy a València para asistir al congreso del PPCV, advertía de lo que iba a ocurrir con las inversiones. El problema político valenciano es su incapacidad de respuesta. Ni por las buenas ni por las malas. Condicionados por la pinza del contencioso entre Catalunya y Estado central, los valencianos carecen de resortes de presión para mejorar su parte en los presupuestos con enmiendas en el Congreso.

Sin grupo parlamentario autóctono en ninguna de las representaciones del PP, PSOE, Cs, Podemos ni Compromís, difícilmente se puede evitar la discriminación. Tampoco había indicios de que las inversiones funcionarían de otra manera, porque ésta ha sido la línea seguida en los diferentes gobiernos de UCD, PP y PSOE. La salida pasa por la creación de una o varias formaciones políticas de obediencia valenciana y con capacidad real de inquietar a quienes ostentan el poder. Con actitudes sucursalistas ante los partidos de ámbito estatal y por encima de los plantes empresariales „inútiles de hecho„ la realidad supera cualquier previsión. El destino de la Comunitat Valenciana es incierto.

Subyugados. En tiempos de Francisco Franco, antecesor de Mariano Rajoy en la presidencia del Gobierno, en la falla del Mercado, cuando era válvula de escape de la opinión pública, en un monumento realizado por el artista Regino Mas, se podía ver tres «ninots» que representaban a los alcaldes de València, Madrid y Barcelona. Los dos últimos eran portadores de dos jamones de verdad „no de cartón„ y el valenciano sólo sostenía en sus manos el hueso de la pata del cerdo. Como eran tiempos dictatoriales y de censura se suprimieron los muñecos y se mutiló el monumento fallero. Caso parecido fue lo sucedido con el Plan Sur de València en tiempos del general Franco, para desviar el cauce del Tùria a su paso por la ciudad, cuya financiación se sufragó a base de impuestos municipales y con un oprobioso sello que debían añadir los valencianos en sus envíos postales.

Cambian los actores y se perpetúan las actitudes. Nada sería más gratificante para quienes ostentan el poder central del Estado que un enfrentamiento entre valencianos y catalanes como el escenificado entre Mónica Oltra y Pilar Rahola. Confirmaría que el Corredor, tanto el ferroviario como el que puede dar consistencia al Eje mediterráneo, sumando a Baleares y conectando hasta Algeciras, es políticamente inconveniente para sus intereses. Algo que tienen claro desde hace mucho tiempo. De ahí el fiasco presupuestario que nos conmueve y cabrea.