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Gabriela Deganis Rojas, pintora intimista

Gabriela Deganis Rojas era demasiado joven para morir. Nadie debería morir con sólo cuarenta y nueve años. La única explicación que encuentro a tan terrible acontecimiento es que, tal vez, ella ya lo había aprendido todo.

En las fotos que he podido ver, siempre llevaba el pelo largo. Era una mujer bellísima, de piel clara y cabello oscuro con destellos caoba. Su cabellera se ondulaba, y recordaba a las raíces de los árboles milenarios.

Tres son las cualidades que me gustaría resaltar de esta artista única e irrepetible. Por un lado, su capacidad de concentración en el trabajo, el no perder ni un minuto de su tiempo en tratar de vender su obra. Su profundización mediante el estudio, y la perseverancia y el valor de seguir creando a pesar de estar muy enferma.

Estudió bellas artes en su Buenos Aires natal y más tarde viajó a Barcelona donde residió de forma permanente. Gabriela pintó hasta el último momento a pesar de casi no tener fuerzas para ello. Necesitaba comprender cómo funcionaban las cosas desde dentro, para luego ser capaz de plasmarlas en el lienzo. Se empapaba de lo clásico y luego rompía moldes. Tal vez por ello, sus dos pintores de referencia fueran el holandés Vermeer, gran maestro de la luz (siglo XVII), y el español Palazuelo, de estilo contemporáneo abstracto.

Vivimos en una sociedad en la que si no te muestras, parece que no existes. Aun así, la belleza más pura es la que permanece escondida, la que no luce en el escaparate. Así era Gabriella. Ella no quería lucir en el escaparate. Participó en algunas exposiciones colectivas pero nunca estuvo por la labor de vender su obra. Vivía de su pensión de invalidez y pintaba para sí misma. Entendía la pintura como una meditación, una forma de comprenderse y de comprender el mundo que la rodeaba.

Gabriela se especializó en el retrato, aunque en su obra también encontremos bodegones, y algunos paisajes. Experimentó con varios materiales pero su pintura, en general, es al óleo y sobre tela. Podemos definir el estilo de su obra como figurativo simbolista; pintaba figuras humanas realistas a las que añadía simbología.

A base de estudio, se forjó un imaginario lleno de matices. Experta en grafía hebrea y coleccionista de música clásica, y jazz, devoraba todo aquello que despertara su insaciable curiosidad.

En cada uno de sus retratos, Gabriela se proponía descifrar el alma del personaje retratado. Y utilizaba la simbología con esa finalidad. Pero antes, hacía sus cálculos, fiel a una elaborada geometría interna que trazaba, basada en las espirales áureas y el número pi.

Coincidí con ella hace tres años, en una fiesta de cumpleaños de un amigo común. Me impactó. Ya en ese momento, la falta de oxígeno le jugaba malas pasadas. Disponía sólo del diez por ciento de su capacidad respiratoria. Me invitó a ver sus cuadros. Le dije que encantada iría a verla a su casa, donde trabajaba. Pero luego no fui. No imaginaba que disponíamos de tan poco tiempo.

Decenas de creadores maravillosos fallecen en la oscuridad de sus casas, sin que nadie lo sepa. Se nos escapan entre los dedos como la arena fina de una playa. Pero Gabriela Deganis Rojas no se nos va a escapar porque nos ha dejado una huella profunda. Su ejemplo nos recuerda lo verdaderamente importante, y sublima el valor del artista y de su obra, en este enfermizo mundo en el que vivimos.

Gracias Gabriela.

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