La propuesta presentada por la Academia de Bellas Artes de San Carlos a las instituciones competentes y posteriormente a la sociedad, tras haber sido aprobada por abrumadora mayoría en la Junta General del pasado día 21, echó a andar hace ahora un año, cuando se tomó la decisión de encargar un análisis externo previo, que recabase la evolución histórica y la situación actual en la que se encuentra el Jardín, incluyendo el mayor número de aspectos posibles. Ya concluido, fue estudiado individualmente por cada uno de los componentes de la Sección de Arquitectura, y debatido por ellos en dos sesiones conjuntas de trabajo. Una vez aprobado por dicha comisión y tras la incorporación de matizaciones muy relevantes, fue cuando se elevó al referido plenario.

El debate suscitado tras su aparición en los medios de comunicación, es sumamente importante: que la comunidad plural, desde posiciones reflexivas, con sosiego, y en ausencia de a prioris partidistas, manifieste sus opiniones al respecto. Una vez que la sociedad valenciana lo conquistó -«El llit del Túria és nostre i el volem verd»- por encima de aquellos despropósitos de los años setenta que planeaban autopistas y cemento, en estos momentos se halla -por fortuna- convertido en el ámbito cívico más original, fascinante, y sorprendente, que la ciudad realizó durante varias centurias. Porque hemos creado, asumido, vivido e integrado, el parque urbano más extenso del país, constituido ya en un referente identitario propio por encima de cualquier otra intervención, y ni siquiera el Parque Central adquirirá una importancia semejante, porque éste es «un hilván de los diferentes barrios, sin fronteras en su extenso recorrido».

Paralelamente, la declaración de un elemento o conjunto como Bien de Interés Cultural, despierta dudas lógicas y manifestaciones encontradas, expresadas como probables encorsetamientos en los que, de no hacerse bien, cabría la posibilidad de introducir usos exclusivos, limitaciones forzadas, e incluso de naturaleza reductiva. Sin embargo, según mi modo de ver, muy al contrario, no tiene por qué ser así; porque si se realiza con prudencia y conocimiento, permitiría evitar acumulaciones innecesarias -que ya se han producido- ideas luminosas de ediles sucesivos, o alteraciones en su equilibrio ecológico; requiriendo que en los tramos pendientes de resolver también se tuviese que rendir preceptivas cuentas a la autoridad acerca del patrimonio cultural, que podría supervisar así las propuestas con criterio, evitando aglomeraciones constructivas, u ornamentos y añadidos empobrecedores, procurando asimismo, un encuentro natural, especialmente en sus tramos finales.

Si recordamos nuestra reciente experiencia con la fiesta de las Fallas, declaradas BIC -ahora felizmente incluidas en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad- nos daremos cuenta de que se puede y se debe proteger y regular desde un ámbito de libertad, precisamente para la propia libertad; y aunque en este caso se trate de un bien material, proporcionando además una oportunidad mayor cuando todavía no existe declarado ningún parque cultural como BIC, porque acoplándose perfectamente a la definición expuesta en la Ley de Patrimonio, le facilita al responsable último, elaborar un antecedente propio y consensuado, haciendo una vez más, entre todos, «camino al andar».

Claro que una declaración así podría no incluir elementos que hoy se considerasen impropios; claro que conseguiría, por el contrario, permitir espacios estables, polivalentes, lúdicos y de esparcimiento; incluso nuevos e imaginativos; claro que, asimismo, un uso masivo al servicio y al alcance de todos; pero también un respeto a la Naturaleza y, sobre todo, un respeto a su fragilidad, procurando una práctica sostenible. Porque, entretanto, es BIC nuestro conjunto histórico, y ello lo regula y evita la intrusión de barbaridades. El Jardín del Turia sólo está protegido en unos tramos y si estuviera adecuadamente tutelado, podría ser tratado como un todo que, permitiendo sus distintas peculiaridades, evitara los fraccionamientos y mejorara las relaciones con su entorno; sin dejar en el olvido que en nuestros días, aún le quedan encajes clave por resolver y concluir, debiéndose evitar el riesgo de la ligereza y la desatención a la ecología.

Tras su argumentación formal a las instituciones, el papel que en este punto quiere desempeñar la Real Academia debe ser prudentemente limitado. Pero, al mismo tiempo, como entidad contemporánea viva, respondiendo a su utilidad y compromiso social, ha deseado poner sobre la mesa un debate que estima conveniente, consciente de que no puede resolverse en cuatro días; de tal suerte, que tras la pluralidad de las reflexiones, sean los representantes públicos los que en su momento tomen, con serenidad, las iniciativas que a este respecto consideren más convenientes. Sin embargo, como institución consultiva de la Generalitat Valenciana en materia de patrimonio histórico, no ha querido dejar pasar la coyuntura después de juzgarla oportuna para el conjunto de todos los ciudadanos.