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¡Póngame otra burbuja!

Se empieza a percibir ya el retorno de la burbuja. Hay un punto de exageración en el uso de esta palabra que deberíamos matizar cuidadosamente

Se empieza a percibir ya el retorno de la burbuja. Hay un punto de exageración en el uso de esta palabra que deberíamos matizar cuidadosamente. No se trata de una burbuja todavía extendida a todas las capas de la sociedad, ni de una burbuja madura ni nada que no forme parte de los ciclos habituales de la economía, cuando los vientos a favor soplan con fuerza. Pero sí anuncia que todo vuelve -lo bueno y lo malo- y también que la memoria del hombre es corta. La alegría económica ofrece múltiples síntomas: de la escasez de los alquileres a la de mano de obra formada, del overbooking turístico en las zonas hoteleras al buen tono de las exportaciones o la fuerte creación de empleo que supera ya todas las previsiones iniciales del Gobierno. Las revisiones al alza ofrecidas por el Banco de España son continuas y ya se habla de un crecimiento del PIB previsto para este año de un 3% y de una tasa de paro cercana al 16%.

Sin duda, el siempre difícil equilibrio presupuestario se beneficiará del dinamismo empresarial, ajustando de forma casi natural los números rojos del déficit que permitirá, si una ligera inflación acompaña la subida del PIB, amortiguar los datos desbocados de la deuda pública. Con los tipos de interés a niveles históricamente bajos y la renovada facilidad en el acceso al crédito, la economía española ha iniciado una especie de círculo virtuoso, beneficiada también por los bajos salarios, los precios de derribo de muchos activos y las reformas llevadas a cabo en los mercados. Resulta especialmente sorprendente -por lo positivo- la creciente capacidad exportadora del tejido industrial del país, que nos indica que algo se ha hecho bien en estos años. Seguramente muchas cosas. Seguramente no todo.

El riesgo de las aceleraciones repentinas reside en los excesos que anuncian recaídas. Por supuesto, el sector financiero se encuentra mejor preparado que hace una década para afrontar shocks internos o externos. Pero el endeudamiento sigue en zona crítica, el debilitamiento patrimonial de muchos asalariados resulta evidente, los niveles de desempleo son y seguirán siendo altos durante muchos años y los efectos positivos de las reformas son menores con el paso del tiempo.

Un gobierno en precario no favorece la adopción de muchas medidas imprescindibles, como la necesaria liberalización de los colegios profesionales, la potenciación de la competencia o adecuar la fiscalidad a las necesidades de una Administración que todavía mantiene un déficit estructural demasiado elevado. Más bien sucede al contrario y comprobamos cómo la llegada de unas renovadas vacas gordas está empujando el gasto público hacia arriba. Aunque los matices pueden ser innumerables, lo importante aquí es constatar que las ventanas de oportunidad son breves en el tiempo y los fuertes vientos de cola pueden todavía extenderse durante unos años más -ya veremos cuántos-, pero no indefinidamente. Y que la situación general de España continúa siendo muy precaria. Lejos de la solidez, el futuro tiene algo de azaroso.

Al igual que los péndulos, la economía española avanza con rapidez a la ida pero también destruye con celeridad su riqueza a la vuelta. Y con los primeros compases de la burbuja ya detectamos el retorno de los viejos vicios: el abandono del capital humano en pos del trabajo intensivo y de escaso valor añadido, la amenaza de una inflación todavía latente, la ausencia de reformas, el escaso desapalancamiento, el abuso del crédito, los bajos niveles de ahorro... El fuerte crecimiento de estos últimos años debería llamarnos al optimismo, pero también a la prudencia.

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