La mayoría de jóvenes no recordarán lo que vamos a evocar de los años cuarenta y principios de los cincuenta del siglo XX, en que los españoles todavía no éramos «nuevos ricos» y teníamos que recurrir a soluciones fáciles y caseras, sobre todo en materia de vestuario. Y, además, eran momentos en que aún no se había establecido tan habitual al plástico -fue registrado por primera vez en Norteamérica en 1937-, por lo que había que afrontar lo que teníamos.

No hay que ignorar tampoco lo que ocurría con el vestuario: que las ropas, cuando se quedaban pequeñas, pasaban al hermano menor; o los trajes que se volvían del revés, de manera que aún se vería chaquetas de caballero con el bolsillo superior a la derecha. Y no digamos lo que se teñían muchos vestidos para que parecieran otros, nuevos; aún recordamos rótulos de establecimientos que se anunciaban como «la casa del tinte».

Pero vamos a recordar lo que ocurría con las medias femeninas y los calcetines masculinos. Las medias -aún antes de que aparecieran las llamadas «de cristal»- sufrían frecuentemente «corridas» de los puntos, que dejaban al descubierto líneas en su tejido. Y eso había que arreglarlo. Y en la mayoría de mercerías de las ciudades podía leerse el rótulo siguiente: «Se suben puntos de media». Y a través del cristal del escaparate se veía a una empleada delante de un canuto y con una aguja electrificada, que hacía la labor de recomponer el «descosido».

Pero eso ocurría con las medias femeninas. Y el caso de los calcetines masculinos tenía otro sistema. Porque estas prendas se rompían a menudo, ya que se conservaban mucho tiempo -costaban «lo suyo»-, y frecuentemente aparecían lo que vulgarmente se conocía como «patatas». Y esos calcetines no iban a la mercería ni a la basura -como ahora- , sino que eran las madres o las abuelas las que zurcían las piezas. Y ¿cómo? Porque meter la mano en el interior del calcetín era arriesgado, por la posibilidad de pincharse. Y la solución fue, desde muy antaño y generalizada: se compraba -que para ello se fabricaron- unos «huevos» de madre y también de cristal, que se introducían en el interior del calcetín y hacían de fondo para que la aguja pudiera con el hilo cubrir lo que se había roto.

Pero los tiempos cambiaron. Ya no hay que subir puntos de media ni zurcir calcetines; ahora, la mayoría de nuestros conciudadanos podemos tirar unas prendas que se han roto, porque en el cajón del armario tenemos varios «pares» más; y no pensamos en las muchas gentes que en el mundo -e incluso en nuestra sociedad- no disponen de suficiente repertorio de vestuario. Ahora tenemos bastante ropa; aún recordamos cuando de niños, en el colegio, nos decían que «para la fiesta de mañana traigan la ropa de los domingos».

Hemos superados esos tiempos. ¡Que no vuelvan!